sábado, 23 de noviembre de 2013

movimiento obrero

Al comenzar el siglo XX los trabajadores chilenos no tenían ningún tipo de legislación social o laboral que los favoreciera o les brindara protección. Fueron ellos mismos, a través de las mutuales, las sociedades de resistencia y las mancomunales, quienes se organizaron para proteger a sus asociados y fomentar la solidaridad proletaria.
La Federación Obrera de Chile (FOCH) comenzó como una agrupación de obreros de ferrocarriles con una orientación mutualista ligada al Partido Demócrata. A mediados de la década de 1910, comenzaron a integrarse los trabajadores de salitre y adquirió un carácter nacional. Asimismo, el Partido Demócrata perdió influencia al imponerse en la organización las ideas revolucionarias del Partido Obrero Socialista liderado por Luis Emilio Recabarren, convertido después en el Partido Comunista, asumiendo la Federación una actitud anticapitalista y revolucionaria que se manifestó con fuerza en las movilizaciones sociales que caracterizaron la década de 1920.
Sin embargo, la promulgación de las leyes sociales y el Código del Trabajo, entre 1925 y 1931, cambió radicalmente la conformación del movimiento obrero y las organizaciones de trabajadores. A partir de entonces los sindicatos y sus federaciones se debatieron entre asumir la nueva legislación y someterse a sus reglas, como fue el caso de los obreros y empleados del sector estatal y las grandes empresas, o continuar con el discurso clasista y revolucionario. La dirección del movimiento obrero que adhirió esta última línea, se dividió entre tres grandes organizaciones: la FOCH ligada al Partido Comunista, la CGT (Confederación Nacional de Trabajadores), de inspiración anarquista, y la CNS (Confederación Nacional de Sindicatos), de origen socialista.
En 1934, la violenta represión del gobierno de Arturo Alessandri a una huelga ferroviaria de carácter nacional, tuvo como reacción la unidad de las distintas organizaciones que agrupaban a los trabajadores. De este modo, el Comando Único que se gestó en la huelga se transformó en un Frente de Unidad Sindical, que organizó un Congreso de Unidad Sindical en diciembre de 1936, surgiendo la Confederación de Trabajadores de Chile (CTCH).
La fuerza que adquirió la nueva organización de trabajadores les permitió formar parte de la alianza política que apoyó a la candidatura del radical Pedro Aguirre Cerda en la elección presidencial de 1938. El triunfo del Frente Popular facilitó a la CTCH una vinculación directa con el nuevo gobierno, lo cual, aún cuando le permitió crecer como organización, sería posteriormente la causa de su división y pérdida de protagonismo.
Efectivamente, a fines de la década de 1940, el movimiento obrero, que estuvo fuertemente ligado al Partido Comunista a través de la Confederación de Trabajadores de Chile, fue fuertemente reprimido y debilitado por el gobierno de Gabriel González Videla al promulgar la Ley de Defensa de la Democracia o "Ley Maldita". En consecuencia la conducción del movimiento de trabajadores fue asumido por las organizaciones de empleados, especialmente del sector público, los que a través del liderazgo deClotario Blest lograron organizar una nueva confederación de trabajadores en 1953: la Central Unitaria de Trabajadores (CUT).

conservadore y liberadores

CONSERVADORES Y LIBERALES

LaOrganizaciónde la 
República
 de
Chile
Queridas amigas después de conocer nuestros períodos de emancipación comenzaremos a redescubrir cómo Chile se organiza después de todos los intentos victoriosos de libertad del dominio español.
La Organización dla República de Chile (a veces llamada Ensayos Constitucionales o Anarquía) es el período que abarca comprende desde la abdicación de Bernardo O'Higgins (28 de enero de 1823) hasta la Batalla de Lircay (15 de abril de 1830).
Estos años son caracterizados por la búsqueda de un ordenamiento institucional adecuado que diera forma alEstado. Esto quedó de manifiesto desde el gobierno de O'Higgins (Constituciones de 1818 y 1822) pero, durante este periodo la lucha por la organización se hizo más turbulenta, por las constantes pugnas entre la aristocracia, los oficiales militares y los ideólogos.
Durante este periodo se van a implementar tres constituciones: Constitución Moralista (redactada por Juan Egaña en 1823), las Leyes Federales (redactadas principalmente por José Miguel Infante en 1826) y laConstitución Liberal (redactada por José Joaquín de Mora en 1828).
Gobiernos
En este documento les invito a conocer los gobiernosque rigieron en Chile. En esta época los gobiernos fueron numerosos, pero debido a la poca importancia de algunos de ellos, solo se mencionan algunos, como por ejemplo:

Gobierno de Ramón Freire

Su gobierno estuvo marcado por el desorden institucional y de las arcas fiscales, que conllevo a la necesidad de embargar los bienes del clero y a postergar el pago de la deuda externa (Empréstito de Londres). A pesar de esto, el dinero no fue suficiente para pagar los sueldos al ejército, el cual se sublevó en numerosas ocasiones.
Fue necesario ceder el estanco de tabaco a la firma Portales y Cea (1824), con el fin de que esta cancelara la deuda externa. El trato fracasó luego de dos años. Aun así, Freire realiza obras humanitarias, como laAbolición Definitiva de la Esclavitud', gestionado por don José Miguel Infante.
Durante este periodo llegó a Chile la Misión Muzzi, obra de la Iglesia Católica para solucionar las diferencias entre el Estado y la Iglesia, la cual fue un completo fracaso. Finalmente, después de una expedición fallida en 1824, Ramón Freire termina la independencia territorial de Chile con la incorporación de Chiloé en las batallas de Pudeto y Bellavista (enero de 1826). En abril de 1826 renunció al cargo de presidente de Chile, favoreciendo a su sucesor, Manuel Blanco Encalada.
Gobierno de Manuel Blanco Encalada
Manuel Blanco Encalada asumió el 9 de abril de 1826,al renunciar Freire, pese a haber nacido en Buenos Aires, Argentina. Bajo su gobierno se aprueban una serie de leyes que inician la practica del sistema federal en Chile. Gracias a esto Manuel Blanco Encalada se convierte en el primer Presidente de la Repúblicaque ejerció aquel título. Gobernó hasta el 9 de septiembre de aquel 

Gobiernode Agustín Eyzaguirre
En enero de 1827 se produce el golpe definitivo al sistema federal y a su gobierno, ya que un golpe de estado dirigido por el General Campino lo destituye y se toma preso a los integrantes del Congreso Nacional. Diego Portales, que estaba preso junto con los parlamentarios, logra convencer al General Maruri de iniciar la contrarrevolución que instaura en el poder, nuevamente al general Freire, solo por cinco meses.
Gobierno de Francisco Antonio Pinto

Convocadas las elecciones generales en 1829, estas lo confirman en la Presidencia de la República, pero al momento de elegir Vicepresidente, los fraudes electorales y los abusos del Congreso Nacional conllevan al inicio dela Revolución de 1829.
Últimos gobiernos del período
Pinto decide renunciar, con el fin de evitar el desenlace esperado de la revolución, pero ya es tarde. Asume la presidencia Francisco Ramón Vicuña, el cual intenta hacer lo mismo que su predecesor, aunque los hechos lo obligan a renunciar. Finalmente asume Francisco Ruiz-Tagle Portales, el cual es presionado por el bando estanquero a renunciar. Es en estos momentos cuando el vicepresidente José Tomás Ovalle asume el mando del país, nombrando a Diego Portales (jefe del bando estanquero) como Ministro Plenipotenciario.
Al final de la revolución, el Presidente Ovalle fallece, sucediéndole su vicepresidente, Fernando Errázuriz Aldunate. Por último, este convoca a elecciones, donde se postulan Pinto y el general triunfador de la revolución José Joaquín Prieto. Este último gana las elecciones por una mayoría abrumadora, dando inicio al periodo de la República Conservadora.

Bandos Políticos del período.

Pelucones: Bando formado principalmente por la aristocracia castellano-vasca santiaguina, buscaban una administración centralizada, autoritaria, regida por organismos colegiados (juntas o congresos). Eran de carácter conservador y eran muy apegados a la iglesia. Se dice que buscaban el reemplazo de la autoridad real en forma muy simple.

Pipiolos: De carácter liberal, buscan la prioridad de los derechos y libertades humanos, la instauración apresurada de un sistema democrático, creyendo que las leyes moldean a una nación. Eran principalmente hijos cultos de los aristócratas, estos serán conocidos como ideólogos. Estaban profundamente influenciados por los ideales de la Revolución Francesa, y buscaban cambios fundamentales que significasen la independencia total y definitiva de España. Uno de sus principales representantes fue Ramón Freire Serrano.
Federales: Son liberales radicalizados basados en el gran desarrollo de Estados Unidos. Están liderados por José Miguel Infante y buscan la implantación del sistema federal en Chile, el cual se materializó durante el gobierno presidencial de Manuel Blanco Encalada, en 1826.
Estanqueros: Buscan la instauración de un gobierno autoritario, centralizado, impersonal y provisional, donde el Estado respete y sea respetado, modelo de virtud y educación cívica. Donde predomine la Presidencia de la República, con el fin de preparar a Chile para una futura democracia plena. Eran liderados por Diego Portales.
O'Higginistas: Generalmente aristócratas de Concepción, oficiales militares y amigos personales del libertador y antiguo Director Supremo, don Bernardo O'Higgins. Veían como única solución a los problemas del país el regreso de éste de su exilio en Perú después de su abdicación en enero de 1823. Uno de sus principales representantes fue José Joaquín Prieto, general de Concepción quien, al tomar el poder luego de la Batalla de Lircay en 1830 y asumir la Presidencia de la República en 1831, no permitió a O'Higgins volver a Chile.

Revolución de 1829

La Revolución de 1829 es el periodo que pone término a la denominada Organización de la República de Chile. Se inició por la crisis generada en la elección de la Vicepresidencia de la República el año 1829.
Según la Constitución Política de 1828, la elección de dicho cargo era por votación indirecta de los congresales, pero la mayoría liberal del Congreso Nacional, intervino designando a Vicuña en el cargo.
Los ejércitos del sur se sublevaron dirigidos por el general Prieto. Este, con la ayuda de su sobrino Manuel Bulnes, lograron obtener el control de toda la zona sur de Chile. Mientras, en la capital renunciaban, tanto el Presidente Pinto, como el Vicepresidente Vicuña, con el fin de frenar la guerra, pero ya era tarde.
Instaurada una Junta de Gobierno en Santiago, la cual cede el poder al Presidente del Senado Francisco Ruiz-Tagle Portales. Frente a esto, el general Freire intentó poner orden en la situación, no reconociendo al gobierno instaurado y enfrentándose a los revolucionarios de Prieto en la Batalla de Ochagavía, el 14 de diciembre de aquel año.

Debido a los sucesos de Ochagavía, Freire se tornó en el líder de la causa liberal, que se organizaba en el norte, mientras Prieto continuaba organizando sus tropas en el sur. En aquellos momentos en la capital, el Presidente Ruiz-Tagle, presionado por el bando estanquero, dejaba el gobierno en manos del Vicepresidente José Tomás Ovalle, el cual nombró a Diego Portales como ministro plenipotenciario. Los revolucionarios de esta forma se apoderaban del gobierno.
La Revolución de 1829 concluye con la Batalla de Lircay, donde Prieto logra infligir una derrota a Freire y los liberales de la cual no se podrán reponer.
Históricamente, la Revolución de 1829 tuvo mucho influjo en el ámbito político, a pesar que enfrento a bandos opuestos (O'Higginistasestanqueros y pelucones contrapipiolos) ningún bando resultó vencedor. Más bien, como afirma el historiador Frías Valenzuela, es un verdadero conglomerado de gobierno, grueso tronco histórico del cual se originarán todos los partidos políticos chilenos. Esto es debido a la política de Portales, el cual logró después de Lircay, neutralizar a todos los bandos políticos:
  • Al instaurarse a Prieto en la Presidencia de la República, el
O’Higginismo quedaba apaciguado;
  • Los pelucones son sometidos ante la autoridad de Portales y el miedo a la anarquía;
  • Los estanqueros disueltos por diferencias internas; y
  • Los pipiolos, luego de Lircay, no se podrán reponer, ya que sus líderes se encontrarán exiliados.

Ante estos hechos, Chile entra en el período conocido comoRepública Conservadora.

República Conservadora en Chile

República Conservadora (a veces conocida o llamada comoRepública Autoritaria) es un periodo en la historia de Chile que se extiende entre 1831 a 1861 caracterizado por la hegemonía del partido conservador (pelucones) después de derrotar a los pipiolos o liberales en la batalla de Lircay y la dictación de la Constitución de 1833.

República Liberal (Chile)

República Liberal es un período en la historia de Chile que se extiende entre 1861 y 1891. Se caracteriza por el ascenso al poder de los liberales, después de una división del partido conservador. Se promulgan las principales reformas constitucionales que limitan el poder del Presidente y amplían los del Congreso Nacional.
Desarrollo y reformas
En 1861 vencía el segundo término del presidente conservador, Manuel Montt, éste era partidario de nombrar como su sucesor a Antonio Varas, su mayor aliado político y Ministro del Interior. La sola candidatura del odiado ministro y la perspectiva de otros 10 años de gobierno autoritario unieron a los liberales y a sectores disidentes del bloque conservador a buscar una negociación que abriera un régimen ya desgastado y demasiado restrictivo. Con ello logran la elección de José Joaquín Pérez (1861-1871).
Se acordó una serie de reformas constitucionales, que limitaban el poder del Presidente de la República: prohibición de reelección inmediata del Presidente (1871) y las reformas de 1874. Estas fueron: limitación del uso de la facultades extraordinarias del Presidente en la declaración del estado de sitio, incompatiblidad de cargos de nombramiento público y cargos electos, no se podían ssuspender las libertades públicas ni detener a los parlamentarios, reducción de quórum para las sesiones de ambas cámaras del Congreso Nacional, simplificación del sistema de acusaciones hacia los ministros de Estado, cambios en el sistema de elección de los senadores y reducción de su mandato de 8 a 6 años.
Desde 1861 a 1891 se sucedieron los gobiernos liberales al tiempo que se aumentaban también el poder de las nuevas aristocracias, nacida del comercio y la especulación financiera y las muy nacientes clase media y obrera.
La República Liberal coincide con el período de la Expansión, un época de fuerte desarrollo económico, aumento de la población y producción cultural, que culminó con la Pacificación de la Araucaníala Guerra del Pacífico y la incorporación de Isla de Pascua a la soberanía chilena.
Finalmente las presiones acumuladas en la sociedad culminaron en la Guerra Civil de 1891, cuando el Parlamento, apoyado por la Armada y la nueva "Oligarquía" nacida de la expansión económica se negó a ratificar el presupuesto para ese año, solicitando la renuncia del presidente Balmaceda, quien finalmente fue derrotado, instaurándose la República Parlamentaria
Durante este periodo fueron presidentes José Joaquín Pérez (1861-1871), Federico Errázuriz Zañartu (1871-1876), Aníbal Pinto (1876-1881), Domingo Santa María (1881-1886) y José Manuel Balmaceda (1886-1891).

 Guerra Civil de 1891

La Guerra Civil de 1891 fue un conflicto armado en Chile entre partidarios del Congreso Nacional contra los del Presidente de la República José Manuel Balmaceda. Terminó con la derrota de las fuerzas leales al presidente, y el suicidio de éste. Inicialmente denominada como la Revolución de 1891 por los vencedores.
Las principales causa de esta guerra fueron:
Proyecto Económico de Balmaceda: El presidente tenía la intención de aumentar la exportación del salitre, incrementando los ingresos fiscales, para así, poder financiar el plan de obras públicas del gobierno. Pero los empresarios del salitre (principalmente John North), parte de la oligarquía y el parlamento, querían exportar cantidades limitadas, para que no disminuyera su precio en el mercado internacional. Por lo que pasaron a formar parte de la oposición.
Hegemonía oligárquica en peligro: Balmaceda nombró como ministros a jóvenes no pertenecientes a la oligarquía tradicional. La oligarquía se vio aterrada al pensar en la posibilidad de disminuir su poder político y social, por lo que se opusieron al presidente.
Autoritarismo: El mandatario gobernó interpretando la constitución como presidencialista, con lo que se ganó la oposición de radicales, nacionales, liberales y congresistas. Lo que significó múltiples obstáculos, por parte del parlamento, para poder cumplir sus propósitos.
Conflicto con la Iglesia: Por la condición de liberal de Balmaceda, y su antiguo apoyo a la enajenación del poder eclesiástico sobre el estado, la oligarquía religiosa y conservadora se unió a la oposición.
División de las fuerzas Armadas; Para el desarrollo de la guerra fue fundamental la división de las fuerzas armadas, ya que sin este suceso, el bando de Balmaceda no habría podido oponer resistencia. El ejército, siguiendo su deber con el poder civil, apoyó al presidente, y la Armada, a la causa congresista

lunes, 18 de noviembre de 2013

el ataque de michimalonco

El ataque de Michimalonco - Incendio de Santiago


Tras este segundo intento de darle muerte, Valdivia no tenía alternativa sino proceder en la forma resuelta en que lo hizo. Pero aunque fortaleció su autoridad en el frente interno, en el externo la situación de los españoles ofrecía a los líderes indígenas una coyuntura inmejorable para intentar desalojarlos de su tierra o exterminarlos definitivamente. Las ejecuciones deben haber parecido a los caciques evidencia que el asalto de Aconcagua había afectado severamente la moral enemiga, al punto que se mataban entre ellos. En contraste, la noticia de la victoria de Trajalongo se propagaba entre las tribus de todos los valles cercanos a Santiago, infundiendo renovado entusiasmo entre los indígenas.

Para organizarlos, Michimalonco convocó una junta, a la que concurrieron miles de indios de los valles de Aconcagua, Mapocho y Cachapoal. Decidieron allí la rebelión total, que se iniciaría ocultando todo resto de alimento, para apremiar aún más a los castellanos y al millar de yanaconas peruanos que les servía. Así, “perecerán y no permanecerán en la tierra, y si acaso quisiesen porfiar, que los matarían por una parte con el hambre y por otra los apocarían con la guerra”

Además, esperaban que la necesidad obligara a los hispanos a dividirse saliendo lejos del caserío a abastecerse.

Ante la falta de víveres y la amenaza de insurrección inminente, Pedro de Valdivia mandó apresar jefes indios en las inmediaciones de Santiago. Con evidente impaciencia dijo a los siete caciques que se logró capturar, “que diesen luego traza en que, o viniesen todos los indios de paz, o se juntasen todos a hacer la guerra, porque deseaba acabar de una vez con ello con bien o con mal”. Les exigió además que ordenaran traer “bastimento” a la ciudad, y les retuvo hasta que ello sucediera. Pero desde luego no hubo ataque ni los alimentos llegaron; esperaban que los españoles se dividieran.


El tiempo transcurría a favor de los indígenas. Supo entonces Valdivia que había dos concentraciones de indios de guerra, una en el valle del Aconcagua encabezada por Michimalonco y su hermano Trajalongo, y otra al sur en el valle del río Cachapoal, tierra de los promaucae, que nunca se habían rendido a los españoles. Decidió entonces partir con noventa soldados, “a dar en la mayor” de esas juntas, la del Cachapoal, “porque rompiendo aquellos, los otros no tuviesen tantas fuerzas”. Allá esperaba también reabastecerse de víveres, pues estaba al tanto que esa tierra “era fértil y abundosa de maíces”. Debe haber pensado que con los caciques del Mapocho de rehenes, inhibía un ataque de los indígenas de ese valle. A los de Aconcagua ya los había derrotado en su propio fuerte, y habrá estimado que podía resistirlos un contingente no muy grande, bien guarecido en el pueblo. Con todo, resulta un tanto difícil entender esta temeraria decisión de Valdivia, que siempre se mostró sensato en sus planes de guerra: en Santiago dejó sólo cincuenta infantes y jinetes, un tercio del total, a cargo de Alonso de Monroy. A éstos hay que agregar, en todo caso, el siempre olvidado contingente de yanaconas.

Con su reducida guarnición, el teniente Monroy se preparó lo mejor que pudo para soportar la anunciada embestida. Los yanaconas le informaron que los indios se acercaban divididos en cuatro frentes para atacar la ciudad por cada costado, y repartió entonces sus fuerzas en cuatro escuadrones, uno encabezado por él mismo y los otros al mando de los capitanes Francisco de Villagrán, Francisco de Aguirre, y Juan Jufré. Ordenó a sus hombres que durmieran con ropa de combate y con sus armas a la vista. Dispuso asimismo que asegurasen a los caciques presos, y hacer vigilancia de ronda día y noche por el perímetro de la ciudad.

Mientras tanto, Michimalonco había ya instalado sigilosamente sus fuerzas muy cerca del pueblo. El domingo 11 de septiembre de 1541, tres horas antes del amanecer, el atronador bramido de guerra de los ejércitos indios de Aconcagua y Mapocho inició el asalto. Venían provistos de un arma sumamente adecuada: fuego, “que traían escondido en ollas, y como las casas eran de madera y paja y las cercas de los solares de carrizo, ardía muy de veras la ciudad por todas sus cuatro partes”.

A la alerta de los centinelas habían salido apuradas los cuadrillas de caballería a tratar de lancear en la penumbra a los indios que inflamaban el caserío desde sus parapetos tras los solares. Aunque el ímpetu formidable de las cabalgaduras lograba desbaratarlos, se rehacían rápidamente, protegidos por las flechas. Michimalonco planeó bien su ataque: los arcabuceros, una de las ventajas tácticas de los españoles, poco podían hacer en la oscuridad, y al llegar el alba el fuego dominaba en toda la villa.

La luz del día y las llamas mostraron al general indio que la ciudad ya estaba suficientemente vulnerable y mandó a sus escuadrones de asalto a tomarla. Desde los pedregales de la orilla sur del Mapocho, uno de esos pelotones avanzaba resueltamente hacia el recinto desde donde se escuchaban, por sobre la bulla de la batalla, los gritos de Quilicanta y los caciques presos. Monroy mandó una veintena de soldados a cerrarles el paso.

Dice el cronista Jerónimo de Vivar que los rehenes estaban en un cuarto dentro del solar de Valdivia al costado norte de la plaza, puestos en cepo, y que el escuadrón rescatista quería entrar por su patio posterior, probablemente cerca de la actual esquina de las calles Puente y Santo Domingo. Los defensores lograban contenerlos, pero cada vez llegaban más indios de refresco, “que se henchía (llenaba) el patio que era grande”.

Inés Suárez, la amante y sirvienta de Valdivia, se encontraba en otra pieza de la misma casa, observando con creciente angustia el avance indígena, mientras curaba heridos. Se dio cuenta que si se producía el rescate, la moral engrandecida de los naturales haría más probable su victoria. Perturbada, tomó una espada y se dirigió a la habitación de los presos exigiendo a los guardias Francisco de Rubio y Hernando de la Torre, “que matasen luego a los caciques antes que fuesen socorridos de los suyos. Y diciéndole Hernando de la Torre, más cortado de terror que con bríos para cortar cabezas: Señora, ¿De qué manera los tengo yo de matar?”

“¡Desta manera!”, y ella misma los decapitó

Salió enseguida la mujer al patio dónde tenía lugar el combate, y blandiendo la espada ensangrentada en una mano y mostrando la cabeza de un indio en la otra, gritó enfurecida: “¡Afuera, auncaes!, ¡Que ya os he muerto a vuestros señores y caciques!... Y oído por ellos, viendo que su trabajo era en vano, volvieron las espaldas y echaron a huir los que combatían la casa”.

Pero con la victoria llegó también la más completa ruina. Valdivia describe el estado calamitoso en que quedó la colonia: “Mataron veintitrés caballos y cuatro cristianos, y quemaron toda la ciudad, y comida, y la ropa, y cuanta hacienda teníamos, que no quedamos sino con los andrajos que teníamos para la guerra y con las armas que a cuestas traíamos”. Para alimentar a un millar de personas, entre españoles y yanaconas, sólo se salvaron “dos porquezuelas y un cochinillo, y una polla y un pollo, y hasta dos almuerzas de trigo”,8 es decir, lo que cabe en las dos manos juntas y ahuecadas. Mariño de Lobera añade, "y vino su calamidad a tal estrecho que el que hallaba legumbres silvestres, langosta, ratón, y semejante sabandija, le parecía que tenía banquete".

El Gobernador, diestro con la pluma como con la espada, resumió estas miserias en la siguiente frase de una carta dirigida al Rey: “Los trabajos de la guerra, invictísimo César, puédenlos los hombres soportar. Porque loor (honor) es al soldado morir peleando. Pero los del hambre concurriendo con ellos, para los sufrir, más que hombres han de ser”.

Por mucho menos se había devuelto la hueste del adelantado Almagro. Los de Valdivia en cambio, resueltos a permanecer en la indómita tierra de Chile, enfrentaron la pobreza con notable tenacidad. Inés Suárez, quien había salvado el tesoro de los tres chanchos y dos pollos, se encargó de su reproducción. Buena costurera, también zurcía los harapos de los soldados y les confeccionaba prendas con cueros de perro y otros animales. El puñado de trigo se reservó para sembrarlo, y una vez cosechado, aún lo sembraron dos veces más sin consumir nada. Entretanto, se alimentaron de raíces y de la caza de alimañas y pájaros.

De día araban y sembraban armados. De noche una mitad hacía guardia en la ciudad y las siembras. Reedificaron las casas ahora con adobe, y construyeron un murallón defensivo, del mismo material, de unos tres metros de alto, alrededor de la plaza dicen unos historiadores y otros, que con centro en ella abarcaba un perímetro de nueve manzanas. Ahí almacenaban las provisiones que lograban recolectar, y se refugiaban “en habiendo grita de indios”, mientras los de a caballo salían “a recorrer el campo y pelear con los indios y defender nuestras sementeras”.

Enviaron a Alonso de Monroy con otros cinco soldados a pedir socorro al Perú. Y para que allá viesen la espléndida prosperidad de este país y se animaran a venir, el astuto Valdivia ideó una singular táctica de mercadeo: hizo fundir todo el oro que pudo reunir y fabricó para los viajeros vasos, empuñaduras y guarniciones para las espadas, y estribos.

Salieron de Santiago en enero de 1542, pero los indios del valle de Copiapó mataron a cuatro y los sobrevivientes, Monroy y Pedro de Miranda, no lograron escapar del cautiverio sino hasta tres meses después. Recién en septiembre de 1543, a dos años del incendio de Santiago, llegaba a la bahía de Valparaíso un barco con el anhelado socorro.

Valdivia estaba fuera de Santiago cuando un yanacona le avisó que había visto pasar dos cristianos viniendo de la costa a la ciudad. Partió al galope de vuelta, y al ver al piloto de la nave y su acompañante, el recio conquistador quedó mudo, mirándolos, y al rato rompió en llanto. "Arrasados los ojos de agua" cuenta el testigo Vivar, y añade que en silencio se fue a su aposento, "e hincadas las rodillas en la tierra y alzando las manos al cielo, sacó el habla y dio muchas gracias a Nuestro Señor Dios que en tan gran necesidad había sido servido de acordarse de él y de sus españoles".2 Poco después, en diciembre, entraba al valle del Mapocho el incansable Monroy, a la cabeza de una columna de setenta jinetes.

Católicos devotísimos, la hueste conquistadora se encomendaba, ante todos estos trances, a una pequeña figura de la Virgen de madera policromada, que Valdivia había traído de España y le acompañaba a todas partes sujeta a una argolla de su montura. Si su teniente lograba volver con socorro, el Gobernador había prometido levantar una ermita para honrarla. Con el tiempo la ermita llegó a ser la iglesia de San Francisco en La Alameda, el edificio más antiguo de Santiago. Y ahí está todavía, la diminuta imagen de Nuestra Señora del Socorro, presidiendo el altar mayor. Ya hace mucho olvidada por los santiaguinos, es el único vestigio de la edad embrionaria de Chile que perdura.

Ya repuesta la colonia, Valdivia siguió con su plan de conquista. Fomentó el retorno de los naturales a sus sementeras y se ganó como aliado a su enemigo Michimalonco y sus acólitos, quienes no hostilizaron más a los santiaguinos, estableciéndose incluso una suerte de comercio entre las comunidades indígenas y española.

inés de suárez

Inés de Suárez

Única mujer blanca que Integró el contingente que acompañó a Pedro de Valdivia en la conquista de Chile y demostró su arrojo durante el primer ataque indígena a la recién fundada ciudad de Santiago
Inés de Suárez habría nacido en 1507. A pesar de que no se posee la certeza de esta fecha, se sabe que su lugar de nacimiento fue Placencia, en España.
Proveniente de una humilde familia, desde pequeña realizó el oficio de costurera. A los 19 años contrajo matrimonio con Juan Málaga, con quien no tuvo hijos. El español, atraído por las aventuras del Nuevo Mundo y las promesas de fortuna, se embarcó, aproximadamente, en 1528, rumbo a Panamá, dejando sola a su esposa.
Sin tener novedades del paradero de Málaga, Inés Suárez decidió iniciar su búsqueda.
Tras conseguir los permisos, en 1537, arribó a América, llegando hasta el Cuzco, donde se enteró que su esposo había fallecido durante la batalla de las Salinas. En su condición de viuda de un soldado español, se hizo cargo de una porción de tierras y de un grupo de indígenas que le entregaron bajo el sistema de encomienda.
Aunque se ignora la fecha precisa, fue en el Cuzco donde conoció a Pedro de Valdivia.
Pronto se unió a sus huestes y se transformó en la única mujer blanca que integraba la expedición que terminó con la conquista de nuestro territorio. Durante este tiempo, fue la amante del conquistador español, quien era casado con Marina Ortiz.
Establecida en la recién fundada capital del Reino de Chile, combatió de igual a igual durante el primer ataque indígena a cargo de Michimalonko. En esa oportunidad, alentó a los soldados a resistir e, incluso, sembró el miedo entre los indígenas, decapitando a algunos prisioneros.
Cuando Pedro de Valdivia fue juzgado en Lima por sus actos, fue obligado a terminar su relación con Suárez, por lo que la casó con otro español.
El elegido fue Rodrigo de Quiroga, quien en 1549 contrajo matrimonio con la española, que ya alcanzaba los 42 años de edad. No tuvieron hijos y, hasta su muerte, en 1580, llevó una vida absolutamente normal.

instituciones coloniales

Instituciones coloniales

García Hurtado de Mendoza, Gobernador de Chile
García Hurtado de Mendoza, Gobernador de Chile
El Consejo de Indias
Creado en Sevilla en 1511, estaba integrado por un presidente, cinco consejeros, un fiscal y otros empleados menores. Entre sus funciones estaba el proponer al rey el nombramiento de altos funcionarios civiles y eclesiásticos que se desempeñarían en las colonias. Además, se encargaba de dictar las leyes, que junto a decretos, reglamentos y ordenanzas conformaban el derecho indiano, reunido en 1680 en las Recopilaciones de Leyes de Indias. Este organismo actuaba también como tribunal supremo, ya que analizaba las apelaciones a los fallos de las Reales Audiencias y sometía a virreyes y gobernadores a juicio de residencia, durante el cual podían presentar acusaciones quienes no estuvieran de acuerdo con las decisiones tomadas por los funcionarios. Mientras durara su cargo, estos últimos no podían casarse con habitantes del lugar, establecer negocios, comprar propiedades o apadrinar niños.
Real Audiencia
El máximo tribunal de justicia durante la época colonial era la Real Audiencia, organismo político-administrativo que se instaló en las principales ciudades del continente americano. Estaba formada por cuatro oidores o magistrados de alta jerarquía. Era tribunal de primera instancia en algunos casos, y de apelación de las sentencias de los jueces inferiores. De sus fallos podía apelarse, solo en cuestiones de gran importancia, ante el Consejo de Indias; pero en la práctica los procesos eran finiquitados en el mismo tribunal.
La Real Audiencia podía inmiscuirse en diversos asuntos de la vida pública, ya que la Corona le había dado otras funciones. Por ejemplo, tuvo atribuciones políticas, donde servía de consejera al gobernador e incluso tomaba decisiones con este en temas muy complicados. En Chile, la Real Audiencia fue establecida en 1609.
Cabildo
El Cabildo era el órgano representativo de la comunidad. Se encargaba de administrar las ciudades, y en el caso de regiones muy alejadas o sin comunicación con la Corte, actuaba como representante del rey. Para ser parte de él, había que ser vecino o encomendero, y quienes eran nominados para estos cargos estaban obligados a aceptarlos y ejercerlos por el período de un año.
El Cabildo estaba formado por dos alcaldes, seis regidores, un secretario y un procurador. Sus atribuciones eran variadas: se preocupaba de la administración local, del aseo y ornato, la salud pública, aspectos judiciales, legislativos y políticos. En caso de que se generara peligro colectivo, se convocaba a un Cabildo Público, al cual asistían todos los vecinos para deliberar. Los cabildos tuvieron gran importancia, ya que estaban compuestos por criollos amantes del país que intentaban representar de la mejor forma a sus compatriotas.
División territorial
En esta época, América estaba dividida territorialmente en virreinatos, capitanías generales y presidencias. Los virreinatos estaban gobernados por un virrey, que era representante directo de la Corona. Su administración duraba cinco años, aunque podía ser nombrado por otros períodos. Durante el siglo XVI se crearon en América dos virreinatos: el de Nueva España o México (1535) y el de Perú (1544); en el siglo XVIII se agregaron otros dos: Nueva Granada (1717) y Río de la Plata (1776).
Las capitanías generales, por su parte, eran territorios que aún no habían sido conquistados por completo, por lo que necesitaban un jefe militar que ejerciera el poder civil y judicial. Al término de la Colonia existían en América cuatro capitanías generales: Santo Domingo, Guatemala, Venezuela y Chile.
Finalmente, las presidencias eran pequeños gobiernos establecidos en tierras ya pacificadas. El poder lo ejercía el presidente de la Real Audiencia, como era el caso de Ecuador y Bolivia.

¿Sabías que?

- A mediados del siglo XVII se contabilizaban cerca de doscientos sacerdotes residentes en la ciudad de Santiago.
- El edificio donde funcionó la Real Aaudiencia en Santiago actualmente alberga las dependencias del Museo Histórico Nacional.

Acuciosa revisión

Una de las tareas más importantes desempeñadas por el Consejo de Indias fue someter a los más altos funcionarios de la corona en América a juicios de residencia. Estos correspondían a procedimientos judiciales realizados una vez cesada su función en el cargo, momento indicado para revisar sus decisiones y comportamiento. Se verificaba el cumplimiento de las instrucciones recibidas y se escuchaba cualquier acusación existente en su contra. Por lo general, era un proceso que duraba cerca de seis meses, en el que el encargado de llevar la causa era el sucesor de la persona investigada.

Funcionarios del Cabildo

Solo existía un requisito para formar parte del Cabildo: ser vecino. Una vez que los integrantes de una comunidad eran designados en cualquiera de los cargos existentes, era obligación aceptarlos. Existían aquellas labores de mayor importancia, como la ejercida por los alcaldes, regidores o procuradores. Mientras los primeros pronunciaban los dictámenes judiciales de primera instancia, los otros administraban la urbe y representaban a los vecinos, respectivamente. También se desarrollaban tareas de menor complejidad, como la del alguacil mayor (jefe de policía) y el escribano (encargado de las actas públicas y ministro de fe), entre otras.

lunes, 11 de noviembre de 2013

pedro sancho de hoz


Pedro Sancho de Hoz, quien también aparece en algunos documentos de la época como Pedro Sánchez de la Hoz, nació probablemente en el pueblo de Calahorra, en España, el año 1514, en el seno del hogar formado por Juan de Hoz y Juana Sancho. Murió ajusticiado en Santiago en 1547.
Sancho de Hoz llegó a Perú en 1534, ejerciendo el cargo de secretario del Gobernador Francisco Pizarro. En el reparto del famoso botín de Atahualpa - que generó grandes fortunas entre los conquistadores del Perú - actuó como escribano, certificando las cantidades que a cada uno se le entregaban.
A inicios de 1539, fue nombrado Gobernador de la Terra Australis, cuyo territorio se extendía desde el Estrecho de Magallanes hasta el Polo Sur. Es necesario destacar que en aquella época, el conocimiento geográfico de las zonas más autrales de América no era acabado y de ahí que se pensara que al sur del paso interoceánico había una inmensa región.
Provisto de su flamante título. Sancho de Hoz partió desde España rumbo a Perú, arribando en los momentos en que Pedro de Valdivia, en su calidad de teniente de Gobernador de Francisco Pizarro, realizaba los preparativos de su empresa hacia Chile. A instancias de Pizarro, ambos capitanes de conquista formaron una sociedad. Como Pedro Sancho de Hoz no contaba con gente y prácticamente no tenía dinero - eran más sus vinculaciones con al Corte Real que los capitales de los que podía disponer -, se convino con los conquistadores que su aporte a la empresa consistiría en alrededor de 50 cabalgaduras, corazas y otros implementos, los que despacharía por mar en dos navíos en el plazo de cuatro meses.
Intenta asesinar a Valdivia
Carente de recursos, Sancho de Hoz no pudo cumplir lo pactado con Valdivia; sus ansias de ser Gobernador y de hacer fortuna eran tan grandes, que se endeudó en el corto plazo y fue incapaz de cancelar los créditos obtenidos. De hecho, estuvo en prisión en Lima, pero sus acreedores - viendo que esa situación no ayudaría a recobrar las sumas adeudadas - le permitieron salir de la cárcel.
Una vez libre, Sancho de Hoz siguió el camino hacia Chile con la idea de apoderarse, a como diera lugar, del mando de la hueste de Pedro de Valdivia.
En pleno desierto y de noche, encontró a la expedición, preguntando por la tienda de Valdivia a la cual se dirigió. Entró y tanteó el lecho donde suponía estaba su víctima, encontrando en él sólo a Inés Suárez, la que empezó a interrogarlo acerca de sus propósitos. Así se conoció su intención de asesinar a Valdivia y quedarse al mando de la expedición. Los hombres del Conquistador lo detuvieron en espera del regreso de su capitán, quien afortunadamente para él, había salido a explorar el territorio. Una vez que Valdivia regresó, logró que Sancho de Hoz conviniera en finiquitar la sociedad que habían formado (agosto de 1540).
Conspiración en Santiago
Una vez fundada la ciudad de Santiago, el 12 de febrero de 1541, los conquistadores iniciaron el sinnúmero de trabajos que el establecimiento del centro urbano implicaba. Algunos partieron hacia la desembocadura del río Aconcagua, a construir una embarcación para poder comunicarse con el Perú. Al ser atacados por los indígenas que obedecían las órdenes de Michimalonko, pidieron ayuda a Santiago y Pedro de Valdivia partió hacia aquella zona. Aprovechando la ausencia del Gobernador de la ciudad, un grupo de españoles empezó a conspirar en su contra motivados por el deseo de retornar al Perú. Entre ellos se contaban Alonso de Chinchilla, Martín Ortuño, Antonio de Pastrana - procurador del Cabildo - Bartolomé Márquez, Martín de Solier y obviamente Pedro Sancho de Hoz. Valdivia procedió duramente contra ellos. Sólo Sancho de Hoz se libró de la horca, quedando en prisión.
Nuevamente contra Valdivia
Una vez que Valdivia asumió la gobernación tras ser nombrado por el Cabildo, procedió a repartir encomiendas de indígenas en Santiago, sin tomar en cuenta la cantidad de naturales que habitaban es estas comarcas, razón por la cual algunos repartimientos fueron muy reducidos. Esta situación llevó al Cabildo a solicitar la reforma de las asignaciones afectuadas y, a mediados de 1542, se realizó la primera reforma que el país conoció: de los 60 encomenderos originales, sólo quedaron 32, con el descontento lógico de aquellos que no resultaron favorecidos.
Pedro Sancho de Hoz se aprovechó de esto para conspirar otra vez contra Valdivia, tratando de involucrar en el movimiento a Francisco de Villagra, quien dio aviso al Gobernador de lo que se preparaba. Sancho de Hoz fue nuevamente apresado y Valdivia ordenó su ejecución. Sin embargo, y quizás temiendo las repercusiones que este hecho pudiera tener en la Corte, volvió a perdonarle la vida y lo relegó a Talagante. Esto, apesar de la opinión de los tenientes del Gobernador, partidarios de proceder duramente contra el conspirador.
Ultima conjura y muerte
Una nueva oportunidad se presentó a Sancho de Hoz en 1547. Valdivia había salido hacia el Perú, engañando a muchos de los hombres que habían embarcado su oro con la idea de partir junto a él y generando, de paso, una difícil situación que Sancho de Hoz quiso aprovechar y empezó a conspirar nuevamente. Esta vez lo hizo desde las sombras, y quien aparecía como líder del movimiento era Hernán Rodríguez de Monroy. La conjura fue descubierta y Francisco de Villagra, al mando en reemplazo de Valdivia, procedió duramente contra el promotor. Sin mediar juicio alguno, Sancho de Hoz fue decapitado y su cabeza paseada por la plaza pública, pregonándose su delito de traición al servicio del Rey.

LAUTARO - FELIPE

Felipe Lautaro


Famoso caudillo araucano nacido en las selvas de Carampangue y el Tirúa en 1534. Tomado prisionero muy joven se formó bajo la dirección del conquistador Pedro de Valdivia, quien lo tomó a su servicio en 1550.
En la batalla de Tucapel (26 de diciembre de 1553) figuró como jefe de las fuerzas araucanas con las cuales luchó valientemente, se armó de una lanza, reunió a sus dispersos soldados y atacó a los españoles venciéndolos con su estrategia. Valdivia sucumbió en esta acción.
Lautaro ganó el 16 de febrero de 1554 la batalla de Marigüeño entre Colcura y Chiviluco, contra Francisco de Villagra y el 12 de diciembre de 1555 atacó a Penco y asaltó el fuerte. Efectuó en 1556 la segunda captura de la ciudad. Al año siguiente emprendió la marcha con la intención de atacar a Santiago.
Pasó el Maule y se dirigió a Chilipirco, donde estaba el campamento de Pedro de Villagra, cerca del cual arribó el 29 de marzo de 1557.
El 1º de abril, de amanecida, mientras los mapuches dormían después de una de sus frecuentes borracheras, las tropas de Villagra los atacaron  por sorpresa y Lautaro fue muerto de un lanzazo (batalla de Peteroa).
Los historiadores están de acuerdo en considerar a Lautaro como un genio militar, ya que fue el creador de la táctica guerrera consistente en atacar por oleadas, lanzando los escuadrones uno tras otro, sin dar descanso al enemigo, hasta derrotarlo.
Lautaro, genio militar
—Pero, ¿quién es ese Lautaro de qué habla el prisionero?, capitán Coronas —interrogaba el alcalde de Santiago, Juan Gómez de Almagro, en el fuerte de Purén.
—No lo sé señor alcalde —respondió éste—.  Jamás he oído nombrar por aquí a tal indígena y, sin embargo, parece que trae revueltos a los indios de la región.
—Sí que los trae, contestó Gómez de Almagro—. ¡Pero ya se encontrará con nosotros en un campo de batalla y entonces!, ¡Voto a tal, que he de pasarlo con mi lanza aunque sea el mismísimo Satanás...
El indígena que habían cogido los españoles, armado cerca de las empalizadas del fuerte de Purén, había desempeñado muy bien el papel que se le había encomendado.  Negándose a hablar, desató su lengua cuando sintió las primeras caricias del tormento e informó a los capitanes sobre los diecisiete levos (agrupaciones territoriales mapuches) que se encontraban reunidos en los alrededores para caer sobre el fuerte tan pronto como los españoles salieran de la plaza. Que toda la región de Arauco estaba sobre las armas y que obedecían al Toqui Lautaru.
Las declaraciones del indígena hicieron pensar a Gómez de Almagro. Los había rechazado dos veces cargándolos en las inmediaciones del fuerte, y se había dado cuenta de la resistencia que ofrecían, como asimismo de las nuevas armas defensivas que usaban.  Llevaban una especie de coraza hecha de cueros de lobos marinos, una suerte de bonete con celada y adornos de plumas, del mismo material, pero tan resistentes que las hachas rebotaban sobre ellos, sin causarles daño.  Su forma de combatir había variado y no se presentaban, como hasta entonces, en masa que podía ser fácilmente destrozada por la caballería, sino que formaban líneas erizadas de lanzas que no dejaban acercarse a los caballos, impidiendo la acción de los jinetes.
Gómez de Almagro había recibido una carta del Gobernador Pedro de Valdivia, como respuesta de la que le enviara anunciándole su victoria bajo las empalizadas de Purén. Para tranquilidad de la población cometió el error de leerla en la plaza de armas, y el excelente espionaje que los indios tenían, de inmediato la trasmitió a su campo, como asimismo el pensamiento de Gómez de marchar el día 24 en la noche, llevando sus mejores hombres para reunirse con Valdivia, que se lo ordenaba desde Concepción.
Conocida por los habitantes de Purén la noticia de que 17 levos estaban próximos a caer sobre el fuerte, pidieron encarecidamente a Gómez y Coronas que no los abandonaran y éstos accedieron.
Influencia de Lautaro en el campo mapuche
Desde este momento, en el cual Gómez de Almagro cedía a los ruegos de los habitantes de Purén, la situación de Pedro de Valdivia comenzaba a complicarse en Concepción.  Su marcha al sur estaba complementada con el amague que desde aquel fuerte debían traerle Gómez de Almagro y Coronas. Lautaro, cuyos espías estaban adentrados en el campo castellano, tuvo conocimiento de lo que planeaba el conquistador y fue él quien ideó la estratagema de mantener a los españoles de Purén enclavados en el fuerte.
El indígena cogido era una parte muy principal de la astucia del cacique araucano y que le iba a dar muy buenos resultados.  El prisionero había puesto énfasis en repetir el nombre de Lautraru, hasta ese momento desconocido entre los españoles, y de expresarles que era quien movía los evos que atacarían a Purén. Se guardó muy bien de nombrar el ataque que se llevaba al norte en Tucapel, y como los españoles daban crédito a las palabras de esos prisioneros, que hablaban por temor al tormento y a los cuales creían incapaces de pensar y discurrir un plan, no tuvieron inconveniente para estimar inmediato el peligro.
Quedaba la desazón entre los dos capitanes por conocer la identidad de aquel hombre que mandaba ahora a los mapuches y del cual éstos contaban maravillas.  El hombre se presentaba para ellos como un enigma difícil de resolver y eso causaba mayor inquietud.
Inche Lautraru..,. ¡Yo soy Lautaro ...!
En efecto, en el campo indígena se encontraba un mozo de dieciocho años que había logrado hacerse oír por los caciques y éstos lo designaron Toqui, accediendo a sus deseos y por haber mostrado conocimientos que hasta ese momento ellos no poseían, sobre el arte de la guerra que practicaban los españoles.
Lautaro dirige a sus "tropas"
Era este indio un pequeño mapuche que Valdivia tomó prisionero en las  inmediaciones de Concepción y que hizo su "paje" y su "ordenanza de caballos".  Cuando cayó cautivo tendría una edad entre los 14 y 15 años.  Era despierto, audaz y emprendedor y muchas veces acompañó a su señor en el campo de batalla. Conducía los caballos de repuesto de Valdivia y se preocupaba de su alimentación y aseo.  De esta manera el joven araucano se familiarizó con el caballo y aprendió a que no era un ser mitológico, sino un animal que no se conocía entre los suyos.  Pronto aprendió a montar y a dominar los potros, hasta hacerse un experto jinete.
Durante su permanencia en Concepción, Valdivia mantuvo a Lautaro, a quien había bautizado con el nombre de "Felipe Lautaro", cerca de él y en el fuerte se manejaban libremente y así pudo observar la instrucción que los españoles impartían a los indios auxiliares y ver sus evoluciones, como también la forma cómo se impartían las órdenes a toque de corneta
No tardó en aprender a tocar la corneta que Pero Godez usaba cerca de Valdivia para trasmitir sus órdenes y el castellano no tuvo inconvenientes en enseñar al inteligente mapuche la manera de servirse del instrumento en el campo de batalla.  Este conocimiento iba a ser de gran importancia en el desarrollo de la vida militar de Lautaro y contribuyó a su designación para que mandara las huestes araucanas.
Físicamente Lautaro era un hombre de buena estatura y que en el contacto con los españoles había aprendido de ellos la arrogancia, la desenvoltura, la forma de montar a caballo y de dominar sus bridas.  Observador, el mapuche no perdió su tiempo en el servicio de Valdivia y asimilándose a su manera de ser, se hizo apreciar y mantener al lado del conquistador.
Familiarizado con los caballos de Valdivia, a los cuales cuidaba, pudo darse cuenta de que éstos no eran monstruos ni formaban una sola pieza con el jinete, de manera que esperó el momento de instruir a los suyos para desentrañarles este misterio.
Llegado al campo araucano, fue mirado con respeto por esos hombres orgullosos que no aceptaban consejos sino de sus iguales y Lautaro no lo era. Sin embargo, la elocuencia del hombre y sus conocimientos se impusieron al fin.  Su figura resultaba extraña entre los suyos ya que "su atuendo era extremadamente vistoso y de una mixtura hasta entonces desconocida.  El color rojo, usado en camiseta y bonete, constituía un fondo resaltante dentro del conjunto.  Las prendas indígenas se mezclaban con piezas españolas arrebatadas al enemigo: muchas plumas y al mismo tiempo un peto acerado.  Todo aquello, junto al caballo brioso que montaba y a la brillante corneta que esparcía por los campos sones desconocidos, era un elemento más para reafirmar el ascendiente del caudillo sobre su gente." (León Echaíz)
En el campo mapuche
Comienza a amanecer sobre el Bío—Bío cuando un jinete llevando a la brida otro caballo se adentraba en los vados del río, próximo a la desembocadura del estero de Quilacoya.  Muchas veces tuvo que echar a nado sus cabalgaduras, pero por fin salió a la ribera izquierda del curso del agua.  De inmediato se vio rodeado de hombres que lo miraban sorprendidos y con las lanzas en posición de ataque.  Trabajo le costó al joven hacerse comprender que era uno de ellos y que había huido del campo español llevándose consigo dos caballos.
Para los mapuches era incomprensible que un hombre de su raza montara aquellos seres que solamente los españoles podían sujetar.  Sin embargo consintieron en acompañarlo a la reunión de los caciques más próxima.  Grande fue también la sorpresa de los jefes araucanos al ver llegar a este mozo montando un caballo y más grande aún cuando les enseñó una corneta, la misma de Pero Godez, al que se la robó antes de escapar del campamento de Valdivia.  La forma de expresarse del indio y su elocuencia para tratar el tema de la resistencia a los españoles motivó una reunión de caciques e indios de todos los extremos de la Araucanía.
Adiestrados por Lautaro, araucanos abaten al español
La junta, que se había iniciado con la acostumbrada elocuencia de los caciques y de los espías que observaban los movimientos de los españoles, se sintió cautivada cuando el joven Lautraru, se levantó para explicarles muchas cosas, para ellos desconocidas, referentes a sus adversarios.  Les explicó que el caballo y el jinete eran dos seres diferentes y ambos mortales y que, por lo tanto eran susceptibles de ser vencidos.  Que se cansaban lo mismo que ellos cuando se prolongaban los combates y que la forma de vencerlos era la de presentarse en numerosos grupos que se fueran relevando hasta agotar las fuerzas del adversario.  En aquella reunión Lautaro se ganó la confianza de los caciques araucanos y pronto estuvo frente a los mapuches comenzando a instruirlos, lo mismo que él había visto hacer a los españoles.
No cabe ninguna duda, por la forma como se presentaron en el futuro los escuadrones formados por los indios, que Lautaro sometió a sus soldados a una disciplina de grupo y les enseñó la manera de maniobrar en el campo de batalla, empleando para ello la corneta de Pero Godez y los cuernos indígenas que se usaban en ese entonces entre ellos.
Lo primero que tuvo que hacer, podemos deducir, fue enseñar a los indios que retirarse en un momento determinado no significaba cobardía sino forma de combate y que era necesario tener una disciplina de grupo que permitiera al jefe mover sus tropas en el campo de acuerdo con su voluntad.  Esta instrucción era la misma que  observara en el campo español, adaptada por su natural inteligencia a la idiosincrasia araucana.  Lo primero que debió imponerse para llegar a instruir a sus hombres, fue subordinar a los gen—toquis a sus deseos y hacerlos actuar en una concordancia absoluta con el pensamiento suyo en el plan que se iba a desarrollar, tanto en el campo estratégico como táctico.
Enseñó a su gente a usar elementos defensivos para aminorar los efectos de las armas españolas y la manera de defenderse de la caballería.  Esta forma de actuar debió ser obra de su poderosa imaginación, ya que, mirado desde cualquier ángulo militar que analicemos su obra, se nos presenta como un genio guerrero, a la misma altura de cualquiera de los grandes hombres del pasado.  Su concepción de la forma de aprovechar el terreno y reforzarlo con elementos de la comarca, nos indica hasta qué grado de perfección en el desarrollo de los hechos, tuvo la inteligencia de este hombre providencial aparecido entre los araucanos en los momentos más difíciles de su historia.
La presencia física de Lautaro nos la describe Diego Rosales y dice: "Estaba arrogante el general Lautaro armado en un punto acerado, cubierto con una camiseta colorada, con un bonete de grana en la cabeza, con muchas plumas, el cabello quitado, sólo con un copete que se dejaba por insignia de general.  Era araucano de nación, hombre de buen cuerpo, robusto de miembros, lleno de rostro, de pecho levantado, crecida espalda, voz grave, agradable aspecto y de gran resolución".
"Su atuendo era extremadamente vistoso y de una mixtura hasta entonces desconocida", dice su biógrafo René León Echaíz.  "El color usado en camiseta y bonete, constituía un fondo resaltante dentro del conjunto.  Las prendas indígenas se mezclaban con piezas españolas arrebatadas al enemigo. Todo aquello, junto al brioso caballo que montaba y a la brillante corneta que esparcía por los campos sones desconocidos, era un elemento más para reafirmar el ascendiente del caudillo sobre su gente".
La principal dificultad iba a estar en hacer comprender a los mapuches los planes que se proponía desarrollar contra el enemigo.  Por esta razón es que asombra a quienes estudian a este guerrero, la conducción operativa que pone en práctica y que en toda ella sigue lo que en la actualidad los maestros de la estrategia denominan principios de la guerra, veamos cómo.
Primera Campaña. El plan de Tucapel
Las fuerzas mapuches que conduce Lautaro se encuentran en una posición que, militarmente, se denomina "Línea Interior", por cuanto ellas están en el centro de dos fuerzas, exteriores: las de Purén por el sur y las de Concepción por el norte.
Trofeos de guerra españoles para los indios
Lautaro comprende que si ambas fuerzas se reúnen los derrotarán, no por el número, sino por la calidad de sus armas que son muy superiores a las suyas.  Por tanto, debe impedir que las dos actúen sobre él y para ello debe neutralizar a una y es lo que hace. Engaña a Gómez de Almagro en Purén y lo mantiene en el fuerte, mientras liquida la situación contra el enemigo principal que es Valdivia.
Este plan, analizado hoy, resulta tan inteligente como cualquiera de los desarrollados por los grandes conductores militares y es por esa razón que Lautaro se nos presenta como un genio innato de la guerra.  No es un sentimiento nacionalista el que lleva a reconocerlo como un hombre superior en la conducción de la guerra, sino la manera cómo actúa y el resultado que esas actuaciones le producen.  No es exagerado decir que las operaciones realizadas por este indígena son modelos que pueden estudiarse en la actualidad en cualquier instituto superior militar y extraer de ellas las mismas deducciones y las mismas lecciones que se sacan del estudio de las campañas modernas.
Adoptado su plan, lo pone en ejecución.  Por medio de una estratagema inmoviliza a Gómez de Almagro en Purén, como hemos dicho, y se asegura que sus tropas no concurran a juntarse con Valdivia en Tucapel.  Los indígenas no interceptan el mensaje de Gómez de Almagro después de su victoria sobre los mapuches en las cercanías del fuerte, y esa comunicación da confianza a Valdivia para continuar su marcha hacia el sur.  Una vez conocida la dirección que tomará Valdivia, elige el campo de batalla cercano al destruido fuerte de Tucapel y aprovecha el terreno, usando el calvero que tiene la loma sobre el cual estaba el fuerte y los bosques que lo circundan.
Con la seguridad de escarmentar a los indios, cuyos alzamientos hasta ese momento no han sido bien apreciados por los españoles, Valdivia sale de Concepción a mediados de diciembre de 1553 y se dirige a Quilacoya, donde toma algunos soldados para continuar su marcha hacia Arauco.
Los espías mapuches van siguiendo la ruta de marcha de los conquistadores y Valdivia los divisa constantemente en la lejanía.  Ningún grupo le presenta combate y se le deja hacer su camino. Valdivia no se apresura y en Arauco permanece dos días, ignorando lo que ocurre en Tucapel.  El día 24 se pone en marcha hacia este punto, pensando en encontrar allí a Juan Gómez de Almagro, de acuerdo con las órdenes que le envió a Purén.  El camino está libre y, como de costumbre, se divisan en la lejanía algunos grupos de indígenas que observan y luego desaparecen.  Esta actitud induce a Valdivia a adelantar a Luis de Bobadilla con cinco soldados para que exploren el camino y los informen sobre la presencia del enemigo.
Bobadilla se adelanta y desde ese momento el Conquistador no vuelve a saber de él durante el día 24, en que partió desde el campamento de Lavolebo. Pernoctó con sus fuerzas a media jornada del fuerte de Tucapel, pensando en alcanzarlo al día siguiente 25.
Muy temprano, en ese día de Navidad de 1553, se puso en marcha hacia el fuerte y grande fue su sorpresa al encontrarlo completamente destruido y sus ruinas aún humeantes.  Gómez de Almagro no aparecía por ninguna parte y todo parecía desierto.
Contrariado por aquella inesperada situación, se aprestaba para hacer descansar a sus tropas y levantar allí su campamento, cuando de súbito, los bosques cercanos se estremecieron con el chivateo de los araucanos y, sin más aviso, éstos se precipitaron sobre sus fuerzas.
Valdivia apenas tuvo tiempo para formar a sus indios auxiliares y aguantar el primer choque mientras su caballería cargaba sobre el escuadrón más cercano. Pero iba a ser muy grande la sorpresa.  Los indios no se presentaban ahora en una masa indisciplinado que era posible lancear con facilidad.  Erizados de lanzas los escuadrones mapuches resistían los ataques de la caballería y sus jinetes se veían imposibilitados de alcanzarlos con sus espadas, mientras sus corceles eran alanceados y obligados a retroceder.
Valdivia perecerá en manos araucanas
Con valor y resolución los españoles lograron romper el primer escuadrón, el que, volviendo caras, se precipitó por las laderas de la loma hacia los bosques, en busca de refugio.  La victoria iluminó los rostros pero casi en seguida vino el desengaño: un nuevo grupo se presentó al combate y hubo que cargar contra él, agotando el esfuerzo de los caballos.
Los indios presentaban la misma resistencia y el uso de sus mazas y lanzas, producían muchas heridas en hombres y animales.  Sin embargo se obtuvo que los mapuches nuevamente huyeran al refugio del bosque. Pero por tercera vez grupos de reservas se presentaron en el campo y atacaron a los españoles. El mismo Valdivia, reuniendo a todos los jinetes disponibles, se lanzó a la lucha, siendo rechazado por el adversario.
Comenzaba a, caer la tarde.  Sobre el terreno yacían muchos indios auxiliares muertos y la mitad de los españoles que acompañaban al gobernador.  La lucha era tremendamente dura y los indios no cejaban en su ardor.  Valdivia hizo que las trompetas tocaran retirada, y dirigiéndose a sus soldados les dijo: "¿Caballeros, qué haremos?".  A lo cual contestó el capitán Altamirano: "¡Qué quiere vuesa señoría, que hagamos sino que peleemos y muramos!"
Pero antes que pudiera emprender la retirada del campo de batalla, el propio Lautaro cayó sobre el flanco de los españoles produciendo el desbande. Los indios, rota la formación de los castellanos, los fueron victimando uno a uno, sin que nadie escapara de sus golpes y sólo Valdivia y el clérigo Pozo, que montaban muy buenos caballos lograron huir, pero al cruzar un curso de agua sus animales se empantanaron y fueron cogidos por los araucanos.
La batalla había terminado con el aniquilamiento total de las fuerzas de Valdivia. Ni un solo español pudo liberarse de la furia de los guerreros araucanos y sólo algunos pocos auxiliares lograron esconderse entre los árboles de los bosques vecinos y regresar a Arauco, donde contaron la derrota, pero no lo que había ocurrido al Conquistador.  Su muerte permanece en el misterio; sin embargo lo que más se aproxima a la realidad es que haya sido muerto de un golpe de maza una vez rendido.
Con la muerte de Valdivia desaparecía el primer Gobernador de Chile y era también el primero en caer vencido y muerto por los indios americanos. Su derrota causaría el pánico entre los españoles y habitantes de Chile, mientras en el campo mapuche se levantaba la figura de Lautaro, el vencedor de Valdivia, quien jinete en su caballo y acompañado por otro indígena montado a su lado, dirigió la batalla, realizando movimientos tácticos al son del instrumento que Pero Godez le enseñó a tocar y que luego le robara en Concepción, cuando junto con los caballos de Valdivia huyó al campo mapuche para encabezar esta primera rebelión.
Los Catorce de la Fama
Mientras se realizaba la batalla de Tucapel, los indios que sitiaban Purén se mantuvieron quietos, por lo cual Gómez de Almagro decidió salir a reunirse con Valdivia, al que suponía en Tucapel. Como no apareciera enemigo en los alrededores, salió de Purén, en la noche del 25,  llevando consigo trece soldados de los mejores y algunos indios auxiliares.
Durante la oscuridad caminó por la cordillera de Nahuelbuta y al amanecer del 26 entró al valle de llicura, tropezando con grupos de indígenas que celebraban su victoria.  En el primer momento los españoles no creyeron en los gritos que los mapuches lanzaban anunciando que habían terminado con Valdivia y todos sus soldados, pero poco a poco el suspenso se hizo terrible, cuando comenzaron a presentarse algunos guerreros que llevaban colocadas las armas de los conquistadores.  Sin embargo, Gómez de Almagro llegó hasta el fuerte de Tucapel, y pudo constatar por sí mismo la terrible derrota. Los despojos desnudos y destrozados de sus compañeros atestiguaban lo ocurrido y un montón de auxiliares les hacía compañía en su infortunio.
Había echado pie a tierra para verificar mejor lo ocurrido cuando fue atacado por una multitud de mapuches, en la misma forma que lo habían hecho con Valdivia.  Los auxiliares se defendieron valerosamente, mientras los catorce jinetes cargaban sobre sus enemigos.
El encuentro fue recio y se había iniciado a media tarde y cuando el sol se ponía tras las copas de los enormes árboles que enmarcaban el campo de combate por occidente y las sombras de la noche comenzaban a envolverlo todo, tras una desesperada carga los españoles se abrieron paso para huir hacia Purén. Uno tras otro fueron cayendo Leonardo Manrique; Sancho de Escalona, Pedro Niño, Gabriel Maldonado, Diego García y Andrés Neira.  Quedaban aún ocho, que alcanzaron el valle de llicura por su angosta entrada, dividiéndose en dos grupos para huir mejor de sus perseguidores.
En la angostura pereció Alonso Cortés, mientras lograban franquearla Juan Gómez de Almagro y Gregorio de Castañeda.  En el valle se reunieron todos y allí cayó muerto el caballo de Juan Gómez de Almagro, el cual viéndose desmontado dijo a sus compañeros: "—Señores, si aquí aguardáis para favorecerme, seréis todos muertos. Idos, que yo estoy mal herido.  Más vale que yo sólo muera y no todos". Y acto seguido se internó en un bosque.  Los indios llegaron hasta el caballo muerto y los españoles que se retiraban escucharon desde el camino los gritos de alegría al tropezar con él.  Los araucanos buscaron infructuosamente a Gómez de Almagro, sin encontrarlo, mientras sus compañeros cubiertos de heridas, sudor y polvo llegaban al amanecer a Purén.
La vista de aquellos hombres y la derrota sufrida por Valdivia movió a los habitantes del fuerte a emprender la marcha hacia La Imperial.
Poco después de salir, un yanacona alcanzó a Alonso de Coronas y lo informó que un español herido se encontraban cerca de Purén.  De inmediato salieron en su busca Coronas, Pedro de Avendaño, Martín de Ariza, Antonio Gutiérrez de San Juan y Alonso Ribera.  Tardaron en encontrarlo, pero al fin dieron con él, era Juan Gómez de Almagro que iba a pie, desnudo, descalzo, malherido, desfigurado, con las manos y los pies muy hinchados, casi sin sentido, pero empuñado firmemente su espada.  Este grupo de los catorce hombres que salieron de Purén para ir a juntarse con Valdivia en Tucapel, es el que la historia conoce como: "Los Catorce de la Fama".
Al despoblar el fuerte de Purén, los indios entraron en él y lo incendiaron, con lo cual quedaban reducidos a cenizas dos de las instalaciones españolas de Nahuelbuta.
Después de Tucapel
La derrota de Tucapel llegó a Concepción en la noche del 26 y 27 de diciembre y fue conocida por boca de Andrés, uno de los sirvientes de Valdivia y que logró ocultarse en los bosques cercanos.  El terror invadió a los pobladores y en especial a los que se encontraban en los lavaderos de oro de Quilacoya cercanos a la ciudad.  En toda la región de Arauco cundió el pánico y los pobladores de Purén y Villarrica se concentraron en La Imperial, mientras los de Arauco y parte de Los Confines, se refugiaban en Concepción.
En La Imperial, Pedro de Villagra trataba de calmar a los habitantes que a cada momento creían verse atacados por el enemigo, mientras en Concepción el Cabildo despachaba mensajeros a Francisco de Villagra que se le suponía de regreso de Reloncaví, para que acudiera a hacerse cargo del mando.
Tan pronto como fue avisado partió hacia la ciudad de Valdivia donde llegó con 65 hombres.  Luego de ser reconocido como capitán general y justicia mayor, salió hacia el norte con 80 soldados, dejando en Valdivia 65 para resguardo y amparo de los habitantes.  Continuó su viaje a La Imperial desde donde partió a Concepción, pasando por Los Confines.  Finalmente llegó a Concepción, donde después de conocerse el testamento otorgado por Valdivia el 20 de diciembre de 1549, en Santiago, lo designaban capitán general y justicia mayor de la ciudad, por cuanto el difunto gobernador había designado para sucederle en primer lugar a Jerónimo de Alderete y en segundo a Francisco de Aguirre.  Las disposiciones de Valdivia iban a generar una pugna entre Francisco de Aguirre y Francisco de Villagra, pero la situación del momento no permitía la marcha de éste a Santiago, para reclamar para sí el gobierno, en su calidad de teniente general del reino.
Los araucanos habían tomado tal ufanía con la victoria de Tucapel, que tenían a los pobladores de Concepción encerrados en los límites de la ciudad, mientras recorrían los campos llevándose el ganado y quemando cuanta vivienda caía en sus manos.  El nuevo plan de Lautaro era hacer salir a los españoles a campo raso, a fin de presentarles batalla y, a sus deseos, correspondía la actitud de los indios de arrasar todo lo que no estuviera dentro de los límites de la ciudad.
Dentro de los límites de la villa se encontraban 216 soldados, o sea cuatro veces los que había dispuesto Valdivia y se contaba con unos dos mil auxiliares, de modo que con los 154 que escogió pudo formar una respetable columna para ponerse en campaña contra Lautaro.  Todas las esperanzas renacieron ante aquellos soldados escogidos y su comandante Francisco de Villagra, al cual se reputaba como el mejor guerrero después de Valdivia.  En la ciudad quedaba Gabriel de Villagra con unos 70 españoles, de los cuales 20 eran soldados capaces de defender la plaza en caso de presentarse los indígenas ante las empalizadas.
El ejército más lucido que se podía presentar a los mapuches era el que en ese momento estaba a las órdenes de Villagra.  Se habían recibido seis pequeñas culebrinas, que iban a ser las primeras piezas del arma de artillería que se usarían en Chile.  Lautaro estaba al corriente de la nueva arma que tenían sus adversarios e iba a sorprenderlos con otra desconocida para ellos pero que iba a ser más eficaz que esos cañones: el lazo.
Para protegerse de las flechas, los españoles habían construido mantas de madera que permitían el tiro a los arcabuceros, a cubierto y sin ser alcanzados por las piedras de los honderos mapuches (manta era una especie de escudo de madera que tenía una ventana en el centro y ocultaba al tirador de arcabuz).
Batalla de Marigüeñu
Bien organizado y con mucho ánimo y de vengar la derrota sufrida, el ejército español se puso en marcha al amanecer del 23 de febrero de 1554.  Los araucanos no los molestaron en el paso del Bío—Bío y lo mismo que habían hecho con Valdivia repetían frente a Villagra: grupos de indios se dejaban ver a lo lejos y pronto huían dejando el camino libre.
Así avanzó hasta el valle de Chibilonco (entre Lota y Laraquete) donde el camino al sur serpenteaba por la cuesta de Marigüeñu.  Esta pertenece a la cordillera de la costa y su altura no es grande, de manera que la repechada no iba a asustar a los conquistadores.  El camino corría entre macizos árboles que permitían una sorpresa, por lo cual en la mañana del día 26 antes de iniciar la subida despachó una descubierta al mando de Alonso de Reinoso con 30 hombres.  Los indios atacaron a esta fuerza que se retiró combatiendo hacia el grueso de sus tropas.
Los araucanos al chocar con las fuerzas de Villagra comenzaron a retroceder hacia la cumbre, donde el terreno se despejaba en una planicie que formaba una plazoleta con uno de sus bordes cortado hacia el mar.  Lautaro también había elegido este lugar para luchar con Villagra.  Este tan pronto como ganó la cumbre desplegó sus fuerzas en línea de batalla y emplazó su artillería.
El sol estaba levantándose con fuerza en el horizonte del bosque: eran las ocho de la mañana.  No tuvo que esperar mucho el español.  Súbitamente los bosques que circundaban el calvero se llenaron con el griterío de los, indios e, igual que en Tucapel, avanzó el primer grupo mapuche erizado de lanzas.  Con espacio suficiente para maniobrar, la caballería rompió el primer escuadrón, que pronto se retiró al abrigo del bosque.  Reemplazado por un segundo, por un tercero y un cuarto, que combatieron en la misma forma, los españoles agotaron sus cabalgaduras y a mediodía, habían caído muertos varios castellanos y una multitud de auxiliares, sin que los soldados de Lautaro dieran muestras de terminar el combate.
Pronto el calor, el polvo y las heridas hicieron mella y la moral de los españoles comenzó a flaquear. En medio de la lucha Villagra animaba a los suyos, llamándolos "gallinas y bellacos" cuando estimaba que cejaban en la pelea y en un momento en que trataba de levantar el coraje que disminuía, un grupo de indios logró romper las filas de sus hombres y echándole un lazo al cuello lo desmontaron del caballo.
Los indígenas gritaban entusiasmados: "¡Apo ... Apol" (jefe, jefe) y mucho trabajo costó a los españoles rescatarlo con vida, pero no sin que antes algunos golpes de maza lo dejaran maltrecho.  Villagra hubo de ser montado en otro caballo, pues el suyo se lo llevaron sus adversarios y continuó en el combate, a pesar de estar herido.
Pero la situación era a cada momento más comprometida: ocho horas de pelea sin cesar, con muchos muertos y heridos, la mayoría sacados de sus caballos por los lazos y con la artillería perdida por una carga incontenible de los araucanos, que mataron a los 20 sirvientes de las piezas, Villagra vio perdida la batalla y se resolvió por la retirada.  Aquí vino la mayor de las sorpresas: Lautaro había cerrado el camino, a medida que sus adversarios avanzaban, con grandes árboles y albarradas que impedían una retirada en orden.
Retrocediendo hacía Concepción se encontraron con que el hábil jefe adversario había hecho construir, mientras se desarrollaba la batalla, una fuerte albarrada en el camino principal y dejado libre un sendero que conducía a un precipicio sobre el mar.  Muchos tomaron esta senda y cayeron bajo las mazas indígenas, de manera que allí sucumbieron más de cuarenta españoles y casi todos los indios auxiliares. Villagra, advirtiendo lo que ocurría, se allegó al obstáculo "e fizo un portillo ... por donde pasaron los que allí había", dice Reinoso.
La retirada fue un descalabro para los españoles que, al llegar al llano para tomar el camino de Concepción, sólo pudieron reunir en torno suyo a 20 soldados.  Muchos venían a pie y montándolos en las ancas de sus jinetes, caminó hacia el Bío—Bío sin que los mapuches pusieran empeño en perseguirlos.  Cuando llegó a las barcas esperó la llegada de los dispersos y en total se juntaron sesenta y seis.  Ochenta y ocho castellanos habían quedado muertos en el campo de batalla.  Aquello era el mayor desastre que podía esperarse y sus bajas muy superiores a las que había tenido Valdivia en Tucapel.  Casi la mayoría de los hombres iban heridos o contusos y se había perdido una apreciable cantidad de caballos, armas y toda la artillería.
El pánico se apodera de los habitantes
La llegada de Villagra a Concepción con sus maltrechas huestes, llevó al colmo la desesperación de los habitantes de la ciudad.  Nadie pensaba en la resistencia sino en la huida hacia el norte en busca de refugio.  La sola idea de que apareciera el terrible caudillo araucano, había turbado los mejores ánimos y el deseo de despoblar la ciudad prendió rápidamente.  El pánico se había apoderado de los hombres y cuenta Antonio de Bobadilla "que Juan Negrete, temblando de miedo, decía en la puerta de la casa de Valdivia: —¿Qué hacemos en esta ciudad?, ¡qué nos han de comer vivos los indios!" en cambio Juana Jiménez, la última concubina de Valdivia, pateaba de rabia en el interior de la casa ante la idea del despueble".
Despoblar Concepción significaba para los españoles una terrible pérdida en las casas que poseían y en los bienes que habían alcanzado a acumular.  Pero para todos la defensa de la villa era imposible con los medios que tenían, ya que los hombres salvados del desastre de Marigüeñu se encontraban la mayoría heridos y, lo peor, desmoralizados.
En atención al pánico que se había apoderado de los pobladores, para los cuales el solo nombre de Lautaro causaba horror, Villagra se vio obligado a publicar un bando, prohibiendo bajo pena de muerte que algún habitante se fuera hacia Santiago.  Pero las noticias eran a cada momento más alarmantes y el miedo las aumentaba a su sabor.
Afortunadamente para los españoles el "admapu" de los indígenas les permitía celebrar su triunfo con grandes borracheras, que duraban por varios días, de manera que no se dieron prisa para perseguir a los vencidos.  Por otra parte tampoco se dieron cuenta de la magnitud de sus victorias y sus repercusiones en el campo rival.  El único que verdaderamente apreciaba los hechos era Lautaro, pero el admapu era muy difícil de vencer, en la idiosincrasia de su pueblo.  Por esta razón tan pronto como vieron a los españoles retirarse hacia Concepción, no fueron tras ellos y se contentaron con mantenerlos al norte del Bío—Bío.
Muchos escritores que han apreciado la vida del caudillo mapuche, estiman que después de Tucapel y Marigüeñu se adormecen sus condiciones de conductor, pero la situación que va a vivir el pueblo araucano en los años 1553 y 1554 por falta de alimentos, ya que durante el período de guerra abandonaron sus campos, salva a los conquistadores.  Sin esta verdadera desgracia para los mapuches la situación de los españoles habría sido mucho más difícil.
Mientras los indios esperaban una mejor ocasión para reanudar las acciones ofensivas, el Cabildo de Santiago entraba en pugna con Francisco de Villagra y Francisco de Aguirre por la sucesión de Valdivia.  Es ahora cuando empieza a verse el deseo del Cabildo de retener el mando de la colonia, como luego lo veremos en el seno de la Real Audiencia. La situación política que se crea en Santiago respecto a la sucesión y el nombramiento de la autoridad suprema en Chile, retarda los preparativos para una nueva acción militar en el sur.  Como al ser elegido, interinamente, Villagra exigiera fondos para armar a su gente, el Cabildo puso obstáculos que impulsaron al gobernador a pasar por sobre la corporación y tomar los fondos que se encontraban en las arcas públicas.
El despueble de Concepción importaba la pérdida de todo lo que con tanto esfuerzo había construido Valdivia en la región del Bío—Bío, pero nada se pudo hacer ante la desesperación que se apoderó de los españoles.
Se buscó afanosamente la forma de hacer salir a los pobladores por mar, pero no se encontró el medio de transporte para ello. La imposibilidad de defender la villa la entendía muy bien Villagra y sus capitanes, pero no se veía la manera de sujetar a los habitantes.  La alarma cundió cuando Alonso Sánchez, a quien se encargara la vigilancia de la ribera norte del Bío—Bío, llegó de regreso, comunicando que los indios estaban cruzando el río en grandes grupos.  Pronto el número de indios subió a 30.000 y luego a 100.000, lo cual crispaba los nervios a los hombres y hacía deshacerse en llanto a las mujeres.  La situación no pudo controlarse y los asustados habitantes comenzaron su éxodo a pie abandonando cuanto tenían en sus hogares. Como era imposible detener la multitud se trató de organizarla y de ello se encargó a Gabriel de Villagra.  Mientras tanto se había conseguido el concurso de dos barcos en los cuales se embarcaron las mujeres, los niños y los heridos.
Cuantos podían moverse por tierra lo hicieron dejando abandonadas sus pertenencias.  Como los barcos no eran suficientes para conducir toda la población, la columna de fugitivos congregó a hombres, ancianos, mujeres y niños.  Muchos por falta de caballos caminaban a pie y en un desconcierto espantoso.  A cada paso se temía ver aparecer a los indios, pero afortunadamente los comarcanos no los inquietaron durante su viaje.
Juan Jufré, enviado desde Santiago, esperó a la columna en el río Maule, con balsas, carretas y caballos y en especial comida, tan necesaria para aquellos seres asustados y hambrientos.
"La llegada de los pobladores de Concepción fue una carga pesada para los habitantes de Santiago" y muy pronto éstos hicieron ver a las autoridades la necesidad de devolverlos al sur.  Pero como el Cabildo de Santiago estaba preocupado de la elección del nuevo gobernador, más se preocupó de este asunto que de resolver lo que con tanta ansiedad solicitaban los vecinos de la capital.
Cuando los efectos de las fiestas acordadas por el admapu terminaron, Lautaro pudo reorganizar sus fuerzas para marchar inmediatamente sobre Concepción, sin embargo los araucanos se daban por satisfechos con haber logrado destruir a las fuerzas españolas que penetraron en su territorio al sur del Bío Bío.
Separadas por 850 kilómetros se encontraba Valdivia y por 700 La Imperial.  Estas poblaciones estaban tan aisladas del centro que sus habitantes no tenían ni la menor idea de lo que sucedía en Santiago.  En La Imperial se encontraba Pedro de Villagra, quien estaba en continúa lucha con los indígenas, cuyos pucarás se habían establecido en las cercanías y amenazaban continuamente la población.  Villagra logró tomarse al asalto tres de estos reductos y pudo mantener cierta tranquilidad en la región.
El que los araucanos habían construido en Pellacabí (probablemente el nombre es Pullicaven, que significa loma de espinales) fue el que más dolores de cabeza dio a Pedro de Villagra, pues se apoyaba en fosos, ciénagas y pantanos.  La desesperación dio bríos a los castellanos y luego de un furioso asalto, con el agua a la cintura, lograron su objetivo.
Segunda Campaña de Lautaro
Aprovechando la desmoralización que conocía por sus numerosos espías, Lautaro avanzó sobre Concepción.  Había hecho llevar a hombro grandes troncos con los cuales construir una albarrada ante la ciudad y mantenerla sitiada, hasta que se entregara por hambre, pero al llegar a ella no encontró a nadie.  La alegría de los araucanos fue enorme y se precipitaron dentro de Concepción apropiándose de cuanto encontraron.  Luego de haberse dedicado al saqueo, prendieron fuego a los edificios, reduciendo todo a cenizas.
Luego los araucanos entraron en un largo receso, el cual fue interrumpido cuando los habitantes de Concepción comenzaron a regresar a la ciudad.  Primero se hizo presente una columna española por tierra y más tarde llegaron los habitantes en el navío "San Cristóbal", todos los cuales comenzaron con grandes bríos a reconstruir lo que los araucanos quemaron en marzo de 1554.
Esto sacó de su inacción al jefe mapuche y reconstruyendo sus huestes entró en campaña, dirigiéndose primero a Angol, que fue abandonada por sus habitantes para refugiarse en La Imperial.  La toma de Angol y su destrucción envalentonó a Lautaro que se volvió contra Concepción.  El 15 de diciembre el ejército araucano se presentaba sobre las lomas que circundaban la ciudad.
Como lo había hecho antes, Lautaro hizo llevar a hombro de sus soldados grandes troncos para levantar una albarrada que le permitiera defenderse en caso de que el adversario tomara la ofensiva.  Los españoles vieron con espanto los preparativos qué sus enemigos hacían frente a la ciudad.  No hacían más que 26 días que habían llegado de nuevo a la zona y ya Lautaro estaba frente a la ciudad.  Una nueva arma había ideado el caudillo para hacer frente a la caballería española.  Esta era un garrote arrojadizo que se lanzaba sobre las frentes de los caballos haciéndolos caer, para luego abalanzarse sobre el jinete y darle muerte.  Contra la infantería, usaban sus hombres un escudo hecho de pieles endurecidas que eran capaces de resistir los golpes de las armas blancas y las lanzas.
Ya conocían los españoles la suerte que habían corrido los pucarás de La Imperial, de manera que pensaron en realizar una hazaña semejante conquistando el campo de Lautaro con una vigorosa ofensiva.  Al clarear el alba se lanzaron sobre los araucanos, pero los garrotes, hábilmente manejados, infundieron pavor a los caballos que retrocedieron espantados, tirando a muchos de sus jinetes.
La retirada al amparo de las empalizadas de la ciudad se realizó penosamente, dejando en el campo cuatro españoles muertos y numerosos indios auxiliares.  Lautaro los persiguió hasta la entrada de Concepción, pero los españoles se defendieron con valentía y desesperación.  En una puerta cayeron el clérigo Nuño de Abreqo y Hernando Ortiz de Cárdena, mientras dieciocho más caían defendiendo las empalizadas.  La porfiada resistencia dio tiempo a los pobladores para ganar el barco "San Cristóbal" o huir en todas direcciones.
El deseo de apoderarse del botín suspendió la persecución y los fugitivos pudieron poner espacio entre ellos y los mapuches.  Lautaro prendió fuego a Concepción, arrasándola por segunda vez.
El tifus salva a los españoles
Pero nuevamente la suerte iba a salvar a los conquistadores y la peste comenzó a cebarse en el pueblo mapuche, reduciéndolo en tal forma que durante un tiempo le fue imposible volver a tomar la ofensiva.
Entre los años 1555 a 1557 el hambre azotó en tal forma a los indios "que se desarrolló entre los mapuches el canibalismo.  Devoraron a los prisioneros, y se comieron entre ellos mismos.  Apenas hay testigos de aquella época que no refiere un acto espeluznante de canibalismo o que no hable del hecho en general" y dice Góngora Marmolejo:
"Vínoles otros mal allende de este (se refiere al tifus que hizo estragos), que los que escapaban, que eran pocos, teniendo algunas fuerzas, como no tenían qué comer, se comían los unos a los otros i cosa de grande admiración, que la madre mataba al hijo y se lo comía, y el hermano al hermano; y algunos hacían tasajos y les daban un hervor en algunas ollas con agua de arrayán, y puestos al sol y secos se los comían, y decían hallarse bien de aquella manera.  Andaban los indios en aquel tiempo tan cebados en carne humana, que traían la color del rostro tan amarilla, que por ella eran luego conocidos".
De esta manera la cantidad de guerreros disminuyó y con dificultad se pudieron reunir cinco mil mocetones de guerra.  Los cronistas de la época han exagerado mucho la cantidad de hombres de los ejércitos mapuches y no es raro que aprecien 50.000 ó 100.000 hombres en los ataques que les llevaron.  Esto es sin lugar a dudas una enorme exageración, porque si tal hubiera ocurrido, la masa que formaban habría sido suficiente para aplastar a hombres y caballos en cualquier campo de combate.
Tercera campaña de Lautaro
Mientras Francisco de Villagra había emprendido una expedición al sur acompañando a Juan de Alvarado y Francisco de Castañeda que llevaban los pobladores de La Imperial, Angol, Villarrica y Valdivia, en Santiago en el Cabildo se continuaban las discusiones para elegir gobernador, hasta que la Audiencia de Lima nombraba a Francisco de Villagra como Corregidor y Justicia Mayor de Chile.  El Cabildo de Santiago luego de abrir los sobres enviados desde Lima, recibió a Villagra como primer magistrado de la colonia.  La tranquilidad iba a retornar para los agitados habitantes de Santiago, y Villagra trató de limar las asperezas y hacer olvidar los pasados desaciertos.
Así llegó agosto de 1556, y de repente comenzaron a llegar noticias de... Maule, que indicaban una gran efervescencia en los campos provocada por la presencia de "gente del estado de Arauco y de otras partes", que iban con intención de alzarlos contra los españoles y les anunciaban que Lautaro, el caudillo al cual los "huincas" no habían podido vencer, estaba de nuevo en campaña dispuesto a arrojar de su territorio a sus enemigos.
En vista de tales noticias el Cabildo despachó a Diego Cano con 14 hombres a fin de que averiguara la veracidad de las noticias.  Este llegó hasta el pueblo de Mataquito y se encontró con la gran sorpresa de que Lautaro estaba al norte del río Maule.
Lautaro, a pesar de la postración en que se encontraba el pueblo araucano debido al tifus y el hambre, había logrado reunir cerca de 2.000 guerreros, con los cuales cruzó el Bío Bío y se lanzó hacia el norte.  Naturalmente el caudillo conocía la situación al norte del gran río y pensaba, mediante una propaganda bien organizada, que los picunches, gente de índole más pacífica que los mapuches y que habían aceptado la dominación y eran en gran parte los auxiliares de los conquistadores, llegarían a plegársele y con ellos podría alcanzar su meta que era la destrucción de Santiago.
Utilizando las laderas de la cordillera y amparándose en los bosques de pinos, robles y avellanos, avanzó con su columna hasta el Maule.  Impresionaba a los suyos montando en un brioso caballo tomado a los españoles y, llevando junto a él, un grupo de sus principales lugartenientes.  Vestía sus mejores atuendos y cubría su pecho con una coraza quitada a un español.  Mantenía una rígida disciplina en sus hombres, pero a la vez dejaba que cometieran actos de terror contra los pueblos que no deseaban someterse a sus exigencias y enrolarse en las filas de su ejército como combatientes.  Muchas veces su rigor llegó hasta a hacer quemar vivos a algunos infelices frente a sus horrorizados familiares.
Al tenerse conocimiento en Santiago de que Lautaro había asaltado los lavaderos de oro que Juan Jufré tenía en "Coipoa" y que luego de matar a todos los españoles e indios los había saqueado y destruido, cundió el pánico en la ciudad.  El Toqui se había llevado consigo todos los instrumentos de hierro que encontró para usarlos con sus tropas, forjando moharras para lanzas.
Así fue como Diego Cano supo de la presencia de Lautaro y se acercó con su gente al campamento de éste.  Lautaro sabía muy bien por sus espías la marcha de los españoles desde Santiago y los esperaba para reeditar sus antiguos triunfos.  Cano llevaba consigo guías indígenas que le señalaban el camino para llegar al sitio donde descansaba el ejército mapuche.  Lautaro lo dejó acercarse y lo esperó en unas ciénagas próximas, atacándolo de improvisó y en un terreno desfavorable.  El ataque indígena desbarató las fuerzas de Cano, que tuvieron que huir, dejando un muerto español y llevando muchos heridos.  Lautaro regresó a su campamento a celebrar su triunfo y para regocijo de los suyos hizo que se despellejara al español y se colgara su cadáver de un roble.
No tardó en saberse en Santiago lo ocurrido a Cano.  El Cabildo se alarmó y ordenó que se rodearan de zanjas la ciudad y se reunieran fondos para adquirir elementos de defensa.
Como se encontrara en Santiago el primo del gobernador, Pedro de Villagra, a quien se reconocían sus méritos como soldado, se le encargó de organizar una fuerza necesaria para hacer frente a la difícil situación.  Este pudo reunir hasta cincuenta jinetes armados de espadas y picas y doce arcabuceros de infantería, más trescientos indios auxiliares.
Campaña de Pedro de Villagra
Con sus fuerzas, que consideraba suficiente para escarmentar a Lautaro, salió Pedro Villagra hacia el sur, en demanda del campamento de Peteroa, donde se sabía que Lautaro había hecho construir un "pucará" de sólidas paredes.  Marchando con toda precaución, pero en forma forzada, Villagra alcanzó Peteroa y tan pronto estuvo ante el pucará inició el ataque, logrando tomar la primera línea de albarradas que defendía la posición mapuche.
Lautaro se retiró hacia las que estaban situadas a espalda de su campamento y luego de rehacer sus tropas emprendió una rápida contraofensiva, empleando, por primera vez, fuerzas montadas y armadas de lanzas de quilas con moharras de hierro.  Villagra fue arrojado de las posiciones que había alcanzado y se retiró a un vallecito cercano para dar descanso a sus tropas.  Desde aquí solicitó a Santiago que le enviara refuerzos, pero seguramente mal informado de la situación de Lautaro atacó de nuevo antes de recibir los refuerzos siendo nuevamente rechazado.
Pronto llegó al campo español Juan Godínez, con treinta soldados de caballería, pero Lautaro, informado por sus espías de su presencia en el campo de Villagra, evacuó su campamento en la noche, mientras se desarrollaba un fuerte temporal.  Godínez siguió al Toqui, pero no tomó contacto con él, sino con un grupo de unos ciento ochenta mapuches que se dirigían a reunírsele. Se trabó una furiosa batalla en la que los araucanos perdieron 80 hombres, pero Godínez quedó tan maltratado que tuvo que retirarse porque supo que una nueva columna enemiga se acercaba en refuerzo de sus adversarios.
Aprovechando la retirada de Godínez, Lautaro cruzó el Maule y fue a reagrupar sus fuerzas detrás de este curso de agua.  Su presencia en la zona central iba a continuar alarmando a Santiago, aun cuando se había retirado más al sur del Maule, donde las tribus picunches le eran desafectas, desde que las había tratado con tanta crueldad al iniciar su campaña al norte.
Lautaro avanza de nuevo al norte
Llegó el verano de 1557.  Lautaro se encontraba acampado con su ejército a orillas del río Itata, cuando tuvo conocimiento por sus espías de que el gobernador Francisco de Víllagra salía de Santiago hacia el sur con una columna de cincuenta jinetes y treinta infantes, además de un numeroso grupo de auxiliares.
Como lo había hecho anteriormente, desplegó su exploración y fue siguiendo los pasos del gobernador hasta que cruzó el Itata.
Juzgando que con la salida de Francisco de Villagra, la capital quedaba desguarnecida, dio comienzo a su segunda campaña al norte con la intención de ocupar dicha ciudad.  Prontamente comenzó a preparar a los suyos para la marcha y en febrero pasaba el Maule sin encontrar resistencia.  Su confianza en la victoria, y que encontraría a Santiago desguarnecido, lo hizo abandonar un poco sus precauciones militares y, en cambio, volvió a cometer toda clase de atropellos en las vidas y propiedades de los picunches.  Enrolando a la fuerza a los mocetones que encontró a su paso, aumentó sus fuerzas pero no su valer, ya que estos indios, que tenían que tomar parte en la campaña contra su voluntad, estaban dispuestos a fugarse en cualquier momento y, aún más, eran un arma de doble filo ya que podían ir al campamento adversario y delatar su posición.  Pero engreído como estaba el caudillo con los triunfos obtenidos últimamente, se dejó arrastrar a grandes demasías con todos los habitantes que encontró en la región, por lo cual tuvo un serio incidente con el cacique Chillicán, su aliado comarcano, procediendo este a retirarse con todos sus subordinados.  Esta grave deserción, mermaba los medios de acción de Lautaro y que, al final, le iban a hacer falta en el momento decisivo.
¿Qué ocurría en tanto en Santiago?  La ciudad estaba de nuevo alarmada.  El Cabildo ordenó, en vista de encontrarse ausente el gobernador, que se preparara Juan Godínez para salir al encuentro de Lautaro, al que se suponía marchando hacia la capital.  Al mismo tiempo se ordenó que se abrieran fosos, como en el año anterior y todo el que pudiera tomar armas, se preparase para defender la ciudad.
Cuando juzgó que Villagra se había alejado lo suficiente hacia el sur, dio comienzo a su avance al norte, para ir a estacionarse en el mismo sitio donde estuvo su campo atrincherado de Peteroa.  Llegado al lugar se preocupó de hacer construir nuevos fosos, levantar palizadas y cavar trincheras que inmovilizan a los caballos enemigos.  Ahora él poseía una incipiente caballería que le aseguraba la exploración delante de sus tropas y se había ocupado de adiestrar a sus mocetones en el arte de la equitación.  Lautaro comenzaba a emplear los medios quitados a sus adversarios en beneficio propio, lo cual lo hacía doblemente peligroso.  Los españoles sabían que el araucano poseía una inteligencia sobresaliente y era un gran aprovechador del terreno, por lo cual nadie se podía fiar de amarrarlo a un terreno determinado para combatirlo con éxito.
Seguramente al llegar a Peteroa, al sur del río Mataquito, ya sus espías lo habían informado de la salida de Godínez de Santiago, y en la capital ya se estaba al tanto de su marcha, por la destrucción que había hecho de los establecimientos mineros de Pocoa, donde mató a todos los españoles y auxiliares que encontró a su paso.
Pero Francisco de Villagra no continuó al sur, como era su intención, sino que previendo la llegada de un invierno crudo en 1557, regresó al norte y pronto supo de la presencia de Lautaro en Peteroa y de la marcha de Godínez hacia el Mataquito.
Francisco de Villagra recibió información sobre su adversario en Reinogüelen, entre el Itata y el Maule, de modo que pudo idear un plan para atacarlo uniendo sus fuerzas a las de Santiago.  De nuevo se encontraba Lautaro en una posición muy parecida a la que afrontó antes de Tucapel.  Estaba colocado en la línea interior, pero su excesiva confianza en sus medios y su desprecio por el adversario, al que había derrotado siempre, lo hizo ser menos cauto en esta ocasión.
Villagra, tan pronto se dio cuenta de la situación en que se encontraba, demostrando una gran capacidad militar, envió a Diego Ruiz, uno de sus mejores soldados, con un mensaje a Godínez para que se reuniera con él en el pueblo indígena de Mataquito.  Conseguida la conjunción de las fuerzas, Villagra maniobró con ellas en el valle ocultándolas de su adversario.  No se sabe hasta hoy por qué razón Lautaro descuidó tanto su exploración y quedó a oscuras de los movimientos que realizaba su adversario.  Puede ser que los indios comarcanos, a los cuales había inferido muchas ofensas y atropellos, guardaran silencio y ocultaran la presencia de los castellanos, pero sea lo que fuere, al estudiar la forma en que procedió el Toqui, se llega a la conclusión de que hubo descuido de su parte para saber con certeza dónde se encontraba el adversario.
Confiado en la fuerte posición de su campamento atrincherado, no se percató de que Francisco de Villagra se acercaba al norte del río Mataquito y realizaba su conjunción con Godínez.  Luego de esto Villagra realizó una marcha nocturna muy bien dirigida y realizada, para cruzar en la noche, aprovechando la oscuridad, el curso de agua y llegar, antes de que amaneciera, al frente del campo atrincherado de su adversario.
Era el amanecer del 1° de abríl de 1557.  Villagra llevaba consigo 57 jinetes, cinco arcabuceros y más de 400 indios auxiliares.  No era muy grande la fuerza con que iba a atacar el campo atrincherado de Lautaro, pero se contaba con el factor sorpresa, ya que hasta ese momento el adversario no había dado ninguna señal de conocer la presencia de los españoles.  Incluso Villagra que hizo avanzar algunos “gateadores" indígenas para que se cercioraran de la presencia de centinelas, no obtuvo nada positivo, pero sí llegó a la conclusión de que en el campamento de Lautaro sus adversarios estaban en el más absoluto reposo.
Con muchas precauciones los españoles se acercaron a las empalizadas y defensas araucanas y tendieron su línea de ataque en la oscuridad, esperando el momento propicio de la luz.
Era un día jueves y la bruma que venía del río Mataquito y penetraba por los pequeños valles se arrastraba sobre el terreno.  Los guías indígenas que llevaba Villagra, habían indicado a las fracciones de  ataque los puntos vulnerables del terreno en que se asentaba el campamento, de modo que pudieron, desde el primer momento, dirigir su ataque sobre objetivos bien determinados.
La seguridad de que su presencia no sería turbada por el enemigo había llevado a los araucanos a descansar sin ninguna seguridad.  La noche anterior, cumpliendo sus costumbres, una gran borrachera se había llevado a cabo en el campamento.  Los españoles tuvieron conocimiento de ella seguramente por algún indígena de la zona del Itata, donde el caudillo había cometido tantos actos de terror para obligar a los habitantes a plegarse a sus huestes, que éstos esperaban la ocasión de vengarse.  Los incendios, descuartizamientos y entrega de mujeres a sus soldados, debieron exasperar a esos indios que vivían en cierta armonía con los conquistadores.
Batalla de Peteroa
La primera claridad comenzó a aparecer sobre los Andes y Villagra esperaba a cubierto en un espeso bosque. Desde aquí envió órdenes a Godínez, que se encontraba en Teno, que se le reuniera con él. La noche del 31 de marzo todas las fuerzas de los conquistadores estaban reunidas para comenzar la acción.
Las fuerzas que había podido reunir Villagra eran 57 soldados, con cinco arcabuces y 400 indios auxiliares.  En el campo de Lautaro se estima que había unos 800 hombres, pues el número había bajado mucho debido a las continuas deserciones que se producían entre los indios de Itata, Ñuble y Maule, que habían sido compelidos por la fuerza a acompañar al caudillo.
Villagra esperaba la primera claridad para lanzarse al asalto.  Sus tropas habían logrado acercarse sin ser vistas y los "gateadores" enviados como descubierta no comunicaban ninguna novedad, lo cual indicaba que el enemigo dormía sin temor de ser atacado.  Los españoles esperaban el momento de atacar, cuando una trompeta impaciente dio la señal antes de tiempo.
De inmediato los mapuches se levantaron y corrieron a tomar sus armas, al mismo tiempo que Villagra gritaba: — ¡Santiago y cierra España.., adelante!
El lugar donde se encontraba Lautaro era conocido por los espías indígenas de Villagra de manera que el ataque se dirigió principalmente hacía allí.  Los indios se defendieron con un valor desesperado, hasta que el Toqui fue herido de muerte y sus tropas comenzaron a flaquear.  Tan pronto como los españoles se dieron cuenta de la muerte de Lautaro, extendieron sus gritos: " —¡Aquí, españoles, que Lautaro es muerto!" "¡Victoria, victoria!".
El grito se oía por todas partes, pero los araucanos combatían con desesperación hasta que, abrumados por el adversario, tuvieron que abandonar su campamento y huir hacia el valle, donde terminó la acción con una victoria completa de los castellanos.
Sobre el terreno quedaban más de 700 mapuches caídos en la lucha y con ellos su jefe, pero en el campo español la muerte de Juan de Villagra, cerca de 200 auxiliares y la cantidad de heridos entre los españoles, como asimismo la pérdida de un gran número de caballos, atestiguaban el ardor de la lucha.
La tenaz resistencia que realizaron los araucanos y que atestiguaban los 700 hombres caídos en la lucha, hizo que Villagra escribiera al rey: "Eran estos indios los que mataron al gobernador Valdivia, sin que escapase persona que pudiera traer la nueva y los que me desbarataron a mí y me mataron setenta y seis hombres; e gente que pelea en escuadrón, puestos en sus hileras y sacan dellas sus mangas de muchos flecheros; y tienen tan buen orden que jamás se destrozan hasta que se llega al cabo del escuadrón, pelean con picas, garrotes y lazos; es tanta su determinación que jamás se ha visto en nación e otras partes".
La noticia corrió de inmediato a Santiago y los habitantes pudieron respirar tranquilos y dar gracias a Dios de tan brillante victoria, ya que la presencia del caudillo araucano al norte del Maule había hecho temer la pérdida de la colonia.
La cabeza de Lautaro fue llevada en triunfo a Santiago por el Justicia Mayor y vencedor de Peteroa Francisco de Villagra y exhibida en una pica en la plaza principal de la ciudad.
Pero las bajas de los españoles habían sido sensibles.  Juan de Villagra, sobrino del Corregidor, había sido muerto, casi todos los españoles heridos y muertos 200 auxiliares.  Muchos caballos también habían sido muertos por los indios, lo cual significaba una sensible pérdida.
Epílogo
La victoria de Peteroa, con la muerte de Lautaro, significaba para Francisco de Villagra la culminación de sus campañas militares en Chile, ya que había salvado con ella la conquista.
Sobre el campo de batalla quedaba tendido el hombre que había logrado aunar los esfuerzos del pueblo mapuche en su lucha contra el español.  Se había formado en el campo de los castellanos y allí aprendió sus costumbres, su idioma, la forma de manejar la guerra, organizando sus fuerzas y moviéndolas en el campo de batalla al son de trompetas y tambores.  Por eso tan pronto como se decidió a escapar del campo de Valdivia, robó a Pero Godez su corneta y enseñó a sus escuadrones a obedecer en la batalla al son de toques, con lo cual le permitía ejercer el mando personal sobre su gente.
Fue el más grande guerrero que produjo la inteligencia de los araucanos y el precursor de todos los conocimientos que fueron desarrollando sus toquis más tarde.  Enseñó el manejo del caballo y quitó de la mente de los indios la superstición de que el animal formaba un solo ser con su jinete.
Guerrero de condiciones innatas creó en las huestes de Arauco los medios para luchar con éxito contra un adversario que las superaba en armas ofensivas y defensivas; que poseía una movilidad muy grande en el campo de batalla, representada por el caballo; que en un primer momento supo sacar ventajas del poder supersticioso que sus armas de fuego causaban sobre su adversario.
Lautaro descubrió la forma de combatir al enemigo con procedimientos que hoy pertenecen al "Arte de la Guerra" y se denominan "Principios", como fue su actuación en su primera campaña que culminó en Tucapel. Encontrándose en lo que hoy denominamos la "línea interior" usó la astucia deteniendo a Gómez de Almagro en Purén y dio rapidez a sus marchas y movimientos.
El aprovechamiento de la sorpresa, en lo cual resultó un maestro frente al españo, le permitieron asegurarse la victoria en Tucapel y Marigüeñu, delante de los dos mejores hombres que Chile tuvo en el período que denominamos "La Conquista".
Sus repetidas victorias en Tucapel, Marigüeñu y Concepción levantaron el orgullo de los araucanos afianzando su espíritu de resistencia.  Puso en jaque a los conquistadores y llevó a un estado de terror a los colonos, de manera que "tal como lo comprendieron sus contemporáneos, si Lautaro triunfa en Peteroa habría avanzado sin obstáculos sobre Santiago, destruyendo hasta sus cimientos todo lo que se había construido y todo el germen de la vida civilizada que allí se gestaba.  Habrían caído después las lejanas ciudades de Valdivia e Imperial que sobrevivían en el sur, sin que quedara así el menor rastro de la obra iniciada en 1540.  Lautaro habría cumplido sin duda, la misión de libertar y conservar la independencia de su raza, que tan heroicamente había representado, pero la nación chilena no habría nacido y se habría necesitado talvez el transcurso de siglos para volver a empezar", dice René León.
Seguramente, esto es cierto, como lo es también que los acontecimientos de la historia tienen sus momentos cúspides de los cuales surgen los hechos del futuro, como si una mano invisible los guiara.  Por eso Peteroa representa para el pueblo araucano un momento estelar de su existencia y para nosotros, que hoy conocemos a este hombre superior, un motivo de orgullo por la reciedumbre y el coraje que inculcó a esa raza, que hoy forma la sábana materna del pueblo chileno.
Extraordinariamente inteligente, sacó de sus luces naturales los métodos con los cuales se impuso a los suyos y al adversario.  Hizo que su pueblo perdiera el temor al español y lo combatiera de igual a igual, en valor, tenacidad, esfuerzo y sacrificio, pero no logró imponerse a las raíces del "admapu".
Junto a su inteligencia, tuvo un natural sentido de estrategia militar, que le permitió organizar las huestas araucanas, concebir astutos planes de batalla, ordenar los ataques e infligir desastrosas derrotas al español.  Era sin duda una estrategia elemental y primitiva.
Se le ha considerado jactancioso en la vestimenta que empleó para impresionar a sus subalternos, pero esta es también una manifestación de sagacidad.  Su camiseta roja, su peto español su bonete rojo y las plumas que lucía sobre el caballo que un día perteneciera a don Pedro de Valdivia, le daban ascendiente y ese ascendiente le era necesario para imponerse ya que su juventud lo hacía mal visto ante los ancianos toquis de su raza.
Soberbio, comprendió la importancia de su persona en la lucha y cuando hubo vencido no tuvo reparos de exclamar: "inche Lautreru, apumbi ta pu huinca ... ! (Yo soy Lautaro que acabé con los españoles)
Valiente a toda prueba, manchó sus actuaciones con las crueldades que cometió contra los indígenas del Itata y Maule, pero no hay que olvidar que era época en que los españoles daban el ejemplo para obligar a hablar a los mapuches o para que se sometieran a su servicio.
Pensó en terminar con los españoles y reconquistar todo el territorio que ellos poseían y así Gonzalo Hernández de Bermejo escribía al rey que al salir Lautaro en su campaña al norte habría manifestado a los suyos: "Hermanos, sabed que a lo que vamos es a cortar de raíz donde nacen estos cristianos, para que no nazcan más”.
Lautaro fue sin duda el único estratego y táctico que nació en Arauco y organizó a su raza para la guerra; los que vinieron más tarde cumplieron misiones parecidas, pero jamás superaron a este verdadero genio de una raza.